Thursday, February 28, 2013

Encuentro retales llenos de dudas, llenos de miedo. El estampado no me gusta. Es algo así como un sucio gris, mezclado con un marrón muy feo, y un verde que no parece verde. No me gusta cuando los colores no parecen colores. Son retales bastante grandes. Creo que me podría dar para un nuevo edredón. O quizá para un mantel. Uno de esos gigantes que la gente lleva al campo cuando se va de picnic. O al menos eso se ve en las pelis. Siempre me han gustado los picnics. Eso de que los bichos te ronden todo el rato, y busquen desesperadamente llegar a tu comida, mola. Es una lucha bastante interesante. Y parece que en el campo todo sabe mejor (seguramente por el cansancio de andar tanto por el monte.) Pero no creo que vaya a irme de picnic. Todavía es invierno, hace frío, y el monte estará húmedo. Y tampoco voy a hacerme un edredón. Ya tengo uno azul. Y mejor que el azul no hay nada. Así que no me valen esos retales desteñidos.

Creo que voy a coserlos lentamente. Concentrándome en cada duda, en cada miedo. Analizando cada hilo. Y cuando termine de coser, le prenderé fuego. Dicen que el fuego es el elemento natural más destructivo que hay. Aquello que se ha quemado, es irrecuperable.

Me parece buena idea. Quiero destruir cada duda, cada miedo.

Y no recuperarlos nunca.
¿Sabes? Nunca creí en los golpes de suerte. Al menos, en golpes de buena suerte. La mala suerte si parecía hacerse más tangible. Y a veces no me quedaba más remedio que aceptar que era un tanto gafe. Hasta que me di cuenta de que mi negatividad crónica atraía a esos contratiempos tan molestos. Quizá era sólo eso. Sin embargo, yo aprendí que los opuestos se atraen. Un polo positivo de un imán jamás atraerá al polo positivo de otro. ¿Curioso no? Si, si que era curioso. Porque por esa regla de tres, mi negatividad solo podía atraer la positividad más absoluta. Pero no era así. Y asumes, que tienes que cambiar la dirección de las ondas de tu cerebro. ¿Y sabes? Creo que lo entendí hace tiempo. Sólo que desde entonces ni una vez he conseguido darle la vuelta a la tortilla. Se me siguen rompiendo los huevos.

Zombieland

Los  ojos de la gente
están llenos de arboles sin hojas
y no seria justo echar toda la culpa
a los otoños.

Sus pensamientos crujen
al ritmo del vagón
y  los puños permanecen cerrados
para evitar caricias .

Una muchacha relee un mensaje en su móvil
como esas buenas noticias
que conoces de antemano
mientras abre y cierra las piernas.
Sonríe.

Una vieja antes de tiempo
la censura sin palabras
y yo sigo el baile de las rodillas de la chica
sin más intención
por una vez
que la solidaridad entre marcianos.

El resto de la gente mira hacia la nada
como si la nada fuera
un sucedáneo del futuro.
Me apuñalan gestos afilados
de personas que alguna vez amaron
que marcaron días felices en los calendarios
que creyeron en alguien
 para creer en si mismos

Otros
simplemente juegan a jugar
en sus pantallas a la muerte virtual
de imaginarios enemigos
o leen en los periódicos gratuitos
sobre las muertes remotas
y suspiran con alivio.

¿Y yo?

¿Quién es ese aprendiz de bucanero
que escribe en el teléfono poemas
y te los manda sin revisar
como una canica furtiva
que busca y encuentra
tus pechos?

La muchacha del mensaje
vuelve a sonreír y le sonrío.
Si los demás nos detectan
serian capaces de lincharnos
por delito de lesa felicidad.

Bajo en mi parada y corro hacia la calle
estoy temiendo que me sigan
que me alcancen y me sumen a sus restas.

Te llamo o me llamas
no recuerdo
y dices que has llorado de felicidad
con el poema.

Te escucho y enciendo un cigarrillo.

Que vengan si quieren
si se atreven.
No les temo.

Ahora soy inmortal
porque lloras feliz por mí.

Soy inmortal.

Hasta el próximo metro
y el próximo poema.

Carlos Salem
Quizá en alguna de esas esquinas. Quizá no, seguramente. En alguna de esas noches. Con luna llena, luna media. Quizá en alguna de aquellas madrugadas. La mayoría frías. Tan frías que ni siquiera tu risa podía llenarlas con algo parecido al calor. No, ni siquiera tu risa. Me perdí en aquellos segundos, sin saber qué coño hacía allí. Sin saberlo, y sin intención de llegar a saberlo alguna vez. Me rendí a no sé qué. Ni siquiera intente levantar la espada. Y la armadura no era suficientemente dura. No, nunca fue suficientemente dura. Y tus lanzas atravesaban cada centímetro de aquel oxidado metal. No hubo jirón de piel que quedara intacto. Ni un puto trozo de piel se salvó. Y aunque eras tú quien causaba la herida, no creo que la herida fueras tú. La herida fui yo todo el rato. Fui yo quien empuñó la lanza que tú clavabas. No tengo nada que perdonarte. Porque yo creé la herida, que aún hoy no he logrado cerrar.

Y lo que me queda.
"It’s not the load that breaks you down. It’s the way you carry it."

Wednesday, February 27, 2013

So they might say she was just a little dog.
I woudn't even care. 
They can't know, they won't know.
I know she was a dog.
But she was also much more than that.
She was all the beautiful things in one.
All the beauty, the greatness, the majesty of this world,
joined in one little and perfect body.
She was a little angel.
She came to Earth to erase the pain the humans were creating.
And she did erase it.
She healed all the wounds.
But there was one wound she would be unable to heal.
The one she left one she got away.
And they don't know what it was like.
They won't know what a little dog can make.
'Cause they believe dogs are less.
I think they're wrong.
Dogs are more.
She was more.
And they will always be unable to understand.




Tuesday, February 26, 2013

"She was a genius of sadness, immersing herself in it, separating its numerous strands, appreciating its subtle nuances. She was a prism through which sadness could be divided into its infinite spectrum."

"Read to me."
"I thought you didn’t like me reading aloud."
"Shut up and read me a story." (He laughs, rips a page from the book.) "Why did you do that?"
"Oh, I always rip out the last page of a book. Then it doesn’t have to end. I hate endings."

- The Angels Take Manhattan
Hay algo demasiado intenso dentro que no se puede reprimir.
Algo demasiado intenso dentro que no se puede compartir.
Es tu esencia, tu verdad.
El fuego que arde en el centro de tu alma.
Tuyo y sólo tuyo, ese centro de gravedad que te sujeta a lo que eres.
Y por mucho que tu razón se empeñe..

.. esa emoción primitiva y salvaje siempre arderá.

"No matter how careful you are, there's going to be the sense you missed something, the collapsed feeling under your skin that you didn't experience it all. There's that fallen heart feeling that you rushed right through the moments where you should've been paying attention."

"I know 
you and I
are not about poems or
other sentimental bullshit
but I have to tell you
even the way 
you drink your coffee
knocks me the fuck out."
She's lovely. She's lonely.
She's waiting for something to come.
Waiting in the dark, waiting in the suburbs.
Waiting for a chance, for a helping hand.
Another street, another corner.
Another woman, another man.
She's walking through the monsters of the night.
Waiting, longing for the morning light.
She's lovely. She's lonely.
Standing on her feet, making love with the burning sun.
Trying to forget she's lonely.
The heart under the dress whispers hard.

M. L. Bing

Saturday, February 23, 2013

Veo la nieve caer a través de la ventana. No me gusta el frío. El cielo gris, las calles desiertas, y el gélido blanco de los copos que caen silenciosos, a intentar taparlo todo. Nostalgia. A ella le encantaba jugar con la nieve. Y a mi me daba igual que todo estuviera nevado, y me resbalara a cada paso, y que en mis dedos dejara de circular la sangre... porque estaba con ella. Y con ella incluso la nieve adquiría un sentido especial. Cuando sumergía el hocico en un puñado de nieve blanca, cuando correteaba salvajamente dejando la huella de sus piececitos marcada, cuando me miraba con gesto divertido. Ella era feliz. Y yo sólo era feliz cuando ella lo era.

Lo mágico de los copos de nieve es que no hay dos iguales. Como las gotas de agua del mar, o los granos de arena de una playa. Y son tan bonitos que parece que son figuritas talladas por ángeles del séptimo cielo. Es como si toda la belleza sobrenatural de esta tierra se fundiera en un pedacito de hielo. Y esos dibujos, cada uno diferente del anterior, cada uno único y perfecto, caen lenta y suavemente del cielo, como si quisieran ser observados, como si quisieran ser recogidos y guardados, para no terminar chocando con el asfalto, para no terminar derritiéndose y perdiendo toda la belleza que encierran.

Son pequeños milagros de la naturaleza, que jamás podrán ser imitados por el hombre, que jamás podrán ser capturados. Ella era así.

Ella era mi copo de nieve.

Friday, February 22, 2013

"I'm a hazard to myself, don't let me get me."


Dicen que a veces te despiertas y lo ves todo diferente. Que da igual que te hayas despertado a las 4:32, y todavía a las 6:07 estuvieras mirando el reloj. Y puede que tengan razón. La sensación general es bastante mala, y si hago balance de la semana desde luego tengo un suspenso. Pero hoy es viernes, y vuelvo a casa. Todo lo demás me da igual.


Well, I gotta say this one time
So she feels it
And if you run back up that coast
Well I guess then I'll believe it

But run, run
Spit those words with your tongue
Shout them back at the sun
And I know you too well
Too well, for this shit.


"Here’s what our parents never taught us:
You will stay up on your rooftop until sunlight peels away the husk of the moon,
chainsmoking cigarettes and reading Baudelaire, and
you will learn that you only ever want to fall in love with someone
who will stay up to watch the sun rise with you.

You will fall in love with train rides, and sooner or later you will
realize that nowhere seems like home anymore.

A woman will kiss you and you’ll think her lips are two petals
rubbing against your mouth.

You will not tell anyone that you liked it.
It’s okay.
It is beautiful to love humans in a world where love is a metaphor for lust.

You can leave if you want, with only your skin as a carry-on.

All you need is a twenty in your pocket and a bus ticket.
All you need is someone on the other end of the map, thinking about the supple
curves of your body, to guide you to a home that stretches out for miles
and miles on end.

You will lie to everyone you love.
They will love you anyways.

One day you’ll wake up and realize that you are too big for your own skin.

Molt.
Don’t be afraid.

Your body is a house where the shutters blow in and out
against the windowpane.

You are a hurricane-prone area.
The glass will break through often.

But it’s okay. I promise.

Remember,
a stranger once told you that the breeze
here is something worth writing poems about."

- “Here’s What Our Parents Never Taught Us,” Shinji Moon (via commovente)
Le miró. Cualquiera diría que era la primera vez que le miraba. Su corazón volvió a acelerase, su respiración volvió a agitarse, sus piernas volvieron a temblar. Pero un buen observador se habría dado cuenta de que sus puños rígidos, su mandíbula apretada, su mirada fija y acusadora, no auguraban nada bueno. Todo en ella indicaba que no podía ser la primera vez que le miraba. En efecto, se había perdido un millón de veces ya en esos ojos. Pero nunca los había mirado así. Y la mirada de él, cuando se enfrentó a la de ella, no aguantó más de dos segundos en posición. Tuvo que mirar para otro lado. Y mira que odiaba tener que mirar para otro lado. Pero había algo en esos ojos que no había visto antes. Más allá del enfado, más allá del huracán, percibió eso que jamás querría percibir en ella: decepción. La decepción no necesitaba gritos, ni arañazos, ni cosas por el suelo. La decepción no necesitaba gestos, ni palabras, ni actos de rebelión. La decepción, cumplía su máxima función, expresaba su máximo potencial, con aquello que de ella más temía: con el silencio. Porque jamás se había encontrado con algo tan doloroso cómo su silencio. Era un silencio lleno de todo aquello que más hiere. Sabiendo, que cuando es dicho, pierde su poder. Sabiendo, que cuando es callado, se vuelve indestructible. No hay nada que puedas hacer contra un silencio. Nada, absolutamente nada. Y ella se había callado. Le miraba en silencio, intentando que sus ojos se llenaran con todo aquello que no estaba diciendo. Pero él ya sabía todo lo que estaba diciendo. Y no podía soportarlo. Prefería mil veces cualquier palabra malsonante, antes que aquello. No podía luchar contra el silencio. No sabía luchar. Y ella, aprovechando su ventaja, le destrozó en menos de cinco segundos. En el sexto, ya estaba dándose la vuelta. Y a cada paso que se alejaba, el silencio seguía sin ser llenado. Y a cada paso que andaba, el silencio pesaba más. Y cada metro que se alejaba, se hacía más imposible combatir ese vacío. El aire, invisible e intangible, no fue alterado. Ninguna onda sonora cruzó la atmósfera en ese instante. A ella le quedó la decepción. A él, el silencio.
Y de repente sientes que todo es un déjà vu. Esto ya lo has vivido, esto ya lo has sentido. Esto es lo que llevas viviendo y sintiendo desde hace siete años. En las mismas altas horas de la noche, en la misma posición, haciendo lo mismo. Y un pesado cansancio se apodera de ti. Estás cansada, muy cansada. De estar siempre en el mismo bando, en el mismo lado. De no ser capaz de saltar la valla. De no ser capaz de cruzar la línea. De no subirte al lado bueno de la balanza. Sientes un cansancio tan voraz que te arrastra y no te deja ver más allá. Víctima de la inercia más absoluta. Destinada siempre ha revivir cada momento. Saltando de déjà vu, en déjà vu. Sin conseguir jamás escapar. Sin conseguir jamás cambiar de perspectiva. 

Siempre el mismo lado, siempre el lado malo.
1:03 de la madrugada. No debería estar despierta. Pero sé que si me acuesto no me voy a dormir. La angustia sigue latiendo en mi pecho. Demasiadas sensaciones, demasiadas emociones. No sé que hacer con ellas. Si pudiera las guardaría en un cajón. Y lo cerraría con llave. Pero va a ser que no puedo. Vienen conmigo, son parte de mí. Parte de mí. Que poco me gusta esa frase. Y sigo sin entender el por qué. Me dicen que no me preocupe por el por qué, que el por qué es lo de menos. Discrepo. Sin el por qué no sé funcionar. Me bloqueo. Necesito saberlo. Llevo siete años intentando descubrirlo. Llevo siete años sin dar con él. Creo que da igual cuanto lo intente. Pero si nunca consigo saberlo, ¿alguna vez funcionaré?

Thursday, February 21, 2013



Desasosiego, angustia vital, un tedio insoportable. Un nudo en la boca del estómago. Y ganas de llorar constantes. Pero no lloro lágrimas, y no puedo calmar la tensión. Mi espalda es un campo de batalla, y los nervios campan a sus anchas. Se han atrincherado y parece que no quieren irse hasta conquistar todo el territorio. Y mis fuerzas disminuyen por momentos. ¿Qué coño hago?

Me siento en el sofá y me pongo a escribir. Y en esos momentos, en esos momentos en los que mi mente sólo piensa en cuál será la siguiente frase, en esos momentos en los que voy tejiendo comas, y puntos, en esos momentos en los que buceo en las profundidades de mi cerebro en busca de la mejor palabra, la mejor forma de decirlo... en esos momentos, en esos momentos joder, en esos momentos me encuentro conmigo... con mi parte buena, con mi parte fuerte. Con lo que soy. Y soy feliz. Simple y llanamente feliz. Porque no hay miedos, ni demonios, ni mierdas, ni ansiedad, ni ataques, ni nervios... sólo hay Mikele. Y sé que nunca seré más yo, en ningún momento de mi vida seré más yo, que ante el papel en blanco. Porque en los demás lugares siempre hay algo que me va a impedir dar el 100%. Ante el papel, no hay complejos. Y esa liberación no tiene símil.

I write, therefore I am.
Question everything. That's the only way. Don't take anything for granted. Don't believe blindly what they tell you, it may not be true. Every conviction is a prison. That was what Nietzsche told us. And he was right. Don't believe, question.

El viscoso aire de octubre había sido sustituido por una frescura apacible. El coronel volvió a reconocer a diciembre en el horario de los alcaravanes. Cuando dieron las dos, todavía no había podido dormir. Pero sabía que su mujer también estaba despierta. Trató de cambiar de posición en la hamaca.

         —Estás desvelado —dijo la mujer.
         —Sí.
         Ella pensó un momento.
         —No estamos en condiciones de hacer esto —dijo—. Ponte a pensar cuántos son cuatrocientos pesos juntos.
         —Ya falta poco para que venga la pensión —dijo el coronel.
         —Estás diciendo lo mismo desde hace quince años.
         —Por eso —dijo el coronel—. Ya no puede demorar mucho más.
         Ella hizo un silencio. Pero cuando volvió a hablar, al coronel le pareció que el tiempo no había transcurrido.
         —Tengo la impresión de que esa plata no llegará nunca —dijo la mujer.
         —Llegará.
         —Y si no llega...
         Él no encontró la voz para responder. Al primer canto del gallo tropezó con la realidad, pero volvió a hundirse en un sueño denso, seguro, sin remordimientos. Cuando despertó, ya el sol estaba alto. Su mujer dormía. El coronel repitió metódicamente, con dos horas de retraso, sus movimientos matinales, y esperó a su esposa para desayunar.
         Ella se levantó impenetrable. Se dieron los buenos días y se sentaron a desayunar en silencio. El coronel sorbió una taza de café negro acompañada con un pedazo de queso y un pan de dulce. Pasó toda la mañana en la sastrería. A la una volvió a la casa y encontró a su mujer remendando entre las begonias.
         —Es hora del almuerzo —dijo.
         —No hay almuerzo —dijo la mujer.
         Él se encogió de hombros. Trató de tapar los portillos de la cerca del patio para evitar que los niños entraran a la cocina. Cuando regresó al corredor, la mesa estaba servida.
         En el curso del almuerzo el coronel comprendió que su esposa se estaba forzando para no llorar. Esa certidumbre lo alarmó. Conocía el carácter de su mujer, naturalmente duro, y endurecido todavía más por cuarenta años de amargura. La muerte de su hijo no le arrancó una lágrima.
         Fijó directamente en sus ojos una mirada de reprobación. Ella se mordió los labios, se secó los párpados con la manga y siguió almorzando.
         —Eres un desconsiderado —dijo.
         El coronel no habló.
         —Eres caprichoso, terco y desconsiderado —repitió ella. Cruzó los cubiertos sobre el plato, pero enseguida rectificó supersticiosamente la posición.
         Toda una vida comiendo tierra, para que ahora resulte que merezco menos consideración que un gallo.
         —Es distinto —dijo el coronel.
         —Es lo mismo —replicó la mujer—. Debías darte cuenta de que me estoy muriendo, que esto que tengo no es una enfermedad, sino una agonía.
         El coronel no habló hasta cuando no terminó de almorzar.
         —Si el doctor me garantiza que vendiendo el gallo se te quita el asma, lo vendo enseguida —dijo—. Pero si no, no.
         Esa tarde llevó el gallo a la gallera. De regreso encontró a su esposa al borde de la crisis. Se paseaba a lo largo del corredor, el cabello suelto a la espalda, los brazos abiertos, buscando el aire por encima del silbido de sus pulmones. Allí estuvo hasta la prima noche. Luego se acostó sin dirigirse a su marido.
         Masticó oraciones hasta un poco después del toque de queda. Entonces el coronel se dispuso a apagar la lámpara. Pero ella se opuso.
         —No quiero morirme en tinieblas —dijo.
         El coronel dejó la lámpara en el suelo. Empezaba a sentirse agotado. Tenía deseos de olvidarse de todo, de dormir de un tirón cuarenta y cuatro días y despertar el veinte de enero a las tres de la tarde, en la gallera y en el momento exacto de soltar el gallo, pero se sabía amenazado por la vigilia de la mujer.
         —Es la misma historia de siempre —comenzó ella un momento después—. Nosotros ponemos el hambre para que coman los otros. Es la misma historia desde hace cuarenta años.
         El coronel guardó silencio hasta cuando su esposa hizo una pausa para preguntarle si estaba despierto. Él respondió que sí. La mujer continuó en un tono liso, fluyente, implacable.
         —Todo el mundo ganará con el gallo, menos nosotros. Somos los únicos que no tenemos ni un centavo para apostar.
         —El dueño del gallo tiene derecho a un veinte por ciento.
         —También tenías derecho a tu pensión de veterano después de exponer el pellejo en la guerra civil. Ahora todo el mundo tiene su vida asegurada, y tú estás muerto de hambre, completamente solo.
         —No estoy solo —dijo el coronel.
         Trató de explicar algo, pero lo venció el sueño. Ella siguió hablando sordamente hasta cuando se dio cuenta de que su esposo dormía. Entonces salió del mosquitero y se paseó por la sala en tinieblas. Allí siguió hablando. El coronel la llamó en la madrugada.
         Ella apareció en la puerta, espectral, iluminada desde abajo por la lámpara casi extinguida.
         La apagó antes de entrar al mosquitero. Pero siguió hablando.
         —Vamos a hacer una cosa —la interrumpió el coronel.
         —Lo único que se puede hacer es vender el gallo —dijo la mujer.
         —También se puede vender el reloj.
         —No lo compran.
         —Mañana trataré de que Álvaro me dé los cuarenta pesos.
         —No te los da.
         —Entonces se vende el cuadro.
         Cuando la mujer volvió a hablar estaba otra vez fuera del mosquitero. El coronel percibió su respiración impregnada de hierbas medicinales.
         —No lo compran —dijo.
         —Ya veremos —dijo el coronel suavemente, sin un rastro de alteración en la voz—. Ahora duérmete. Si mañana no se puede vender nada, se pensará en otra cosa.
         Trató de tener los ojos abiertos, pero lo quebrantó el sueño. Cayó hasta el fondo de una sustancia sin tiempo y sin espacio, donde las palabras de su mujer tenían un significado diferente. Pero un instante después se sintió sacudido por el hombro.
         —Contéstame.
         El coronel no supo si había oído esa palabra antes o después del sueño. Estaba amaneciendo. La ventana se recortaba en la claridad verde del domingo. Pensó que tenía fiebre. Le ardían los ojos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para recobrar la lucidez.
         —Qué se puede hacer si no se puede vender nada —repitió la mujer.
         —Entonces ya será veinte de enero —dijo el coronel, perfectamente consciente—. El veinte por ciento lo pagan esa misma tarde.
         —Si el gallo gana —dijo la mujer—. Pero si pierde. No se te ha ocurrido que el gallo puede perder.
         —Es un gallo que no puede perder.
         —Pero suponte que pierda.
         —Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso —dijo el coronel.
         La mujer se desesperó.
         —Y mientras tanto qué comemos —preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía—. Dime, qué comemos.
         El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder.
         — Mierda.


París, enero de 1957.

Gabriel García Márquez

Then he made one last effort to search in his heart for the place where his affection had rotted away, and he could not find it.

Gabriel Garcí­a Márquez 

I want to do with you what spring does with the cherry trees.

Pablo Neruda

As if you were on fire from within. The moon lives in the lining of your skin.

Pablo Neruda

So I wait for you like a lonely house 'till you will see me again and live in me. Till then my windows ache.

Pablo Neruda

Someday, somewhere - anywhere, unfailingly, you'll find yourself, and that, and only that, can be the happiest or bitterest hour of your life.
Pablo Neruda
12:04 del mediodía. Debería estar en clase. Pero no lo estoy. Estoy sentada en el sofá de siempre, con la pantalla delante, y comiendo un yogur. Planazo. No puedo con mi cuerpo, casi no puedo con mi alma. Una noche más enfrentándome a esos putos demonios. Y no sirve de nada todo lo que haga, siempre me ganan.

El reloj marcaba 4:22. Luego 5:01. Luego dejé de mirarlo.


Wednesday, February 20, 2013

Los nervios de mi espalda se detienen para hablarme. No les entiendo. Siguen recorriendo toda mi espina dorsal. La respiración se agita por segundos, el corazón se desboca. Y así día tras día. Harta de ser así, sin saber que más puedo ser. Sabiendo, en mi fuero interno, que toda esa mierda es parte de mí, y cuanto más luche contra ella más me destruiré. Y me destruyo, cuando menos me lo espero, y me quedo en nada. Soy un eco lejano de algo que fui, y ya no sé ser. Y sólo quiero volver a ser esa, aquella, la que sí podía. Y no me vale decir que él me jodió, o que ellos me jodieron. Yo dejé que me jodieran. Yo me jodí. Y sólo yo puedo darme la vuelta. 

Dejar que el pasado se trague todo lo malo, y quedarme con la sonrisa. 

Mi duda es, ¿podré sin ella?


Date a girl who doesn’t read. Find her in the weary squalor of a Midwestern bar. Find her in the smoke, drunken sweat, and varicolored light of an upscale nightclub. Wherever you find her, find her smiling. Make sure that it lingers when the people that are talking to her look away. Engage her with unsentimental trivialities. Use pick-up lines and laugh inwardly. Take her outside when the night overstays its welcome. Ignore the palpable weight of fatigue. Kiss her in the rain under the weak glow of a streetlamp because you’ve seen it in film. Remark at its lack of significance. Take her to your apartment. Dispatch with making love. Fuck her.
Let the anxious contract you’ve unwittingly written evolve slowly and uncomfortably into a relationship. Find shared interests and common ground like sushi, and folk music. Build an impenetrable bastion upon that ground. Make it sacred. Retreat into it every time the air gets stale, or the evenings get long. Talk about nothing of significance. Do little thinking. Let the months pass unnoticed. Ask her to move in. Let her decorate. Get into fights about inconsequential things like how the fucking shower curtain needs to be closed so that it doesn’t fucking collect mold. Let a year pass unnoticed. Begin to notice.
Figure that you should probably get married because you will have wasted a lot of time otherwise. Take her to dinner on the forty-fifth floor at a restaurant far beyond your means. Make sure there is a beautiful view of the city. Sheepishly ask a waiter to bring her a glass of champagne with a modest ring in it. When she notices, propose to her with all of the enthusiasm and sincerity you can muster. Do not be overly concerned if you feel your heart leap through a pane of sheet glass. For that matter, do not be overly concerned if you cannot feel it at all. If there is applause, let it stagnate. If she cries, smile as if you’ve never been happier. If she doesn’t, smile all the same.
Let the years pass unnoticed. Get a career, not a job. Buy a house. Have two striking children. Try to raise them well. Fail, frequently. Lapse into a bored indifference. Lapse into an indifferent sadness. Have a mid-life crisis. Grow old. Wonder at your lack of achievement. Feel sometimes contented, but mostly vacant and ethereal. Feel, during walks, as if you might never return, or as if you might blow away on the wind. Contract a terminal illness. Die, but only after you observe that the girl who didn’t read never made your heart oscillate with any significant passion, that no one will write the story of your lives, and that she will die, too, with only a mild and tempered regret that nothing ever came of her capacity to love.
Do those things, god damnit, because nothing sucks worse than a girl who reads. Do it, I say, because a life in purgatory is better than a life in hell. Do it, because a girl who reads possesses a vocabulary that can describe that amorphous discontent as a life unfulfilled—a vocabulary that parses the innate beauty of the world and makes it an accessible necessity instead of an alien wonder. A girl who reads lays claim to a vocabulary that distinguishes between the specious and soulless rhetoric of someone who cannot love her, and the inarticulate desperation of someone who loves her too much. A vocabulary, god damnit, that makes my vacuous sophistry a cheap trick.
Do it, because a girl who reads understands syntax. Literature has taught her that moments of tenderness come in sporadic but knowable intervals. A girl who reads knows that life is not planar; she knows, and rightly demands, that the ebb comes along with the flow of disappointment. A girl who has read up on her syntax senses the irregular pauses—the hesitation of breath—endemic to a lie. A girl who reads perceives the difference between a parenthetical moment of anger and the entrenched habits of someone whose bitter cynicism will run on, run on well past any point of reason, or purpose, run on far after she has packed a suitcase and said a reluctant goodbye and she has decided that I am an ellipsis and not a period and run on and run on. Syntax that knows the rhythm and cadence of a life well lived.
Date a girl who doesn’t read because the girl who reads knows the importance of plot. She can trace out the demarcations of a prologue and the sharp ridges of a climax. She feels them in her skin. The girl who reads will be patient with an intermission and expedite a denouement. But of all things, the girl who reads knows most the ineluctable significance of an end. She is comfortable with them. She has bid farewell to a thousand heroes with only a twinge of sadness.
Don’t date a girl who reads because girls who read are the storytellers. You with the Joyce, you with the Nabokov, you with the Woolf. You there in the library, on the platform of the metro, you in the corner of the café, you in the window of your room. You, who make my life so god damned difficult. The girl who reads has spun out the account of her life and it is bursting with meaning. She insists that her narratives are rich, her supporting cast colorful, and her typeface bold. You, the girl who reads, make me want to be everything that I am not. But I am weak and I will fail you, because you have dreamed, properly, of someone who is better than I am. You will not accept the life that I told of at the beginning of this piece. You will accept nothing less than passion, and perfection, and a life worthy of being storied. So out with you, girl who reads. Take the next southbound train and take your Hemingway with you. I hate you. I really, really, really hate you.
“You Should Date An Illiterate Girl” by Charles Warnke 

Monday, February 18, 2013

Me ha inspirado unas ganas brutales de escribir sobre él. Escribir su historia. Me gustaría poder entrevistarle. Le veo a veces, cuando hago la compra a la mañana, delante de la puerta, sonriendo a todos los que salen del supermercado, con un cacho de cartón en la mano y unos pocos céntimos encima del cartón. Se pasa horas así. Algunos le dan dinero, otros no. Pero él saluda y sonríe a cada persona que pasa. Tiene una sonrisa que inspira confianza, y que transmite algo muy positivo. Hoy por fin he sabido algo más de él. Me ha dicho que es de Nigeria, y que prefiere hablar en inglés, que en Nigeria para entenderse entre todos utilizan el inglés. La verdad es que hablando en inglés hemos progresado bastante, supongo que el castellano le limita demasiado a la hora de hablar, y por eso nos costaba tanto hablar más allá del saludo y un que tal todo. No sé donde vive. Sé que tiene un hermano, pero me ha dicho que no está aquí, así que quizá este solo. No me gusta la idea de imaginarle solo. Agregarnos en el facebook es un paso más, y espero poder seguir hablando con él.

Wednesday, February 13, 2013

https://soundcloud.com/make-bing-cooper/no-s-que-t-tulo-ponerle

What you see when you turn the corner..


I was walking through those streets. A summer morning in the city of lights. I was looking to every single place, every single object, every single detail, trying to absorb everything the city was offering me. But the city was too big, too huge, too full of things worth looking... that I was about to go crazy. I realized that I wasn't able to absorb everything, that just one look wasn't enough. Because you think the street you're walking is the most amazing street ever, but then you turn the corner, and you see another building, another light, another sky, another little part of the city that captures you, embraces you, and makes you feel so tiny.

And that's what happens when you walk through Paris. You can't know what's waiting for you when you turn the corner. But you do know something: anything that's waiting will take your breath away.

Monday, February 11, 2013

Caballero del olvido.



Voy al barrio donde ya nadie me espera,
donde todo lo que importa es casi nada,
vivo matando dragones con poemas,
y me encantan las princesas trasnochadas.

No me preguntes nunca lo que hice,
ni me preguntes
por qué.


He cambiado mi armadura
por una chupa gastada,
no confío en los espejos
si no me muestran tu cara.
Cabalgo por tu imposible,
mi lanza  no está oxidada,
es tu espalda mi castillo,
y mi bandera  son tus bragas.

Voy sin dejar huella donde pise
y sólo las verás cuando me marche.
No te preguntes nunca si te quise,
ni me preguntes
por qué.

No pretendo encarcelarte
es una torre dorada,
no hay mas ogros que los miedos,
y las brujas jubiladas
se lo montan con su escoba
si te refugio en mi cama.
Vamos a escribir el cuento
en que el final nunca se acaba.

El mejor error que has cometido,
doy siempre lo contrario a lo que pido.
Prefiero follarte en los portales,
beber tus penas, no importa cuáles,
trepar por la escalera de tus dudas,
hasta la celda en que pintas desnuda
mi retrato con la sangre de tu vino
soy para siempre,
tu caballero del olvido.

Carlos Salem
Sí, pudo haber sido de cualquier otra manera, pero, sin embargo, fue así. Y creo que fue una de las pocas veces en las que no quise volver atrás para cambiar qué y cómo lo dije, qué y cómo lo hice. No, desde luego que no lo cambiaría. Fue una de las pocas veces en las que supe (y sé), que tenía que ser así, porque no había ninguna otra manera posible. Y las palabras salían solas, porque ellas sabían cuándo y cómo tenían que salir. Yo no las guiaba, me guiaban ellas a mí. Y mira que fueron acertadas. O quizá las más equivocadas que jamás pude decir, pero acerté al decirlas. ¿Puedes creértelo? A veces, tiene que salir al revés para que salga. 

Y es que, para mí, al revés, es casi siempre la única manera.
Quizá ni siquiera sean ganas de llorar. Quizá sean ganas de reír que no consiguen salir a flote. Naufragaron hace tiempo en esa orilla, y desde entonces parece que la risa solo está disponible cuando ellos están cerca. Cuando estoy sola, sólo la tele puede ofrecerme alguna carcajada ocasional. Y olvídate de las sonrisas. Esas se fueron volando, y ya no vienen a visitarme. No cuando estoy aquí, encerrada en este décimo piso que tantísimo aborrezco. 

Hoy he soñado con él. Hace mucho que no le veo. Su cara, borrosa en mi sueño, me ha vuelto a doler. No sé de qué manera. Las heridas del pasado que aun están sin curar escuecen más que el alcohol del botiquín. Puedes esperar a que con el paso del tiempo se vayan curando. Pero tampoco esperes demasiado, porque a veces, no se curan nunca. Y esa herida concreta, la llevo en el costado derecho. Justo ahí. No me preguntes por qué, pero la llevaré siempre.



Otro día más en el que el peso de toda esta mierda me deja tirada en el sofá, sin nada más que hacer que mirar por la ventana. Llueve, y todo está gris. Me da igual. A la noche vuelven los demonios y la oscuridad se convierte en mi peor enemigo. Insomnio repentino, insomnio consagrado. No sé a que hora conseguí dormirme anoche. Sé que hacia las 4 he mirado el reloj, dando vueltas otra vez. Y a la mañana, ninguno de mis pies se ha dignado a levantarse de la cama. Un día más que fracaso en el intento. Mañanas tediosas en las que no sé quién soy ni qué estoy haciendo. Y el odio se acumula en cada rincón. También la desesperación. No quiero más pastillas.

Friday, February 8, 2013

Te traes.


Te traes


Saber que andas por ahí
chiquita
comiéndote el mundo con esos ojos
que ya han visto demasiado.
Que no discutes con los pájaros
porque sabes que siempre tienen la razón
(hasta los buitres).
Y que tus piernas largas
dibujan signos de pregunta
que la vida se niega a responder.
Que duermes poco para no perderte nada
y sospechas que todo ocurre en el instante
en que descansas.
Que no les robas las monedas
a los ciegos de amor
ni les compras cupones de la ONCE
para no ganar con trampa.

Que has llorado lo justo y la injusticia.
Que te abres como se abre la mañana
cuando el día merece la alegría.
Que eres tímidamente temeraria
escandalosamente discreta
coherente hasta la contradicción
cometa subterráneo
volcán hecho de nubes
sangre que enciende fuegos
en lugar de apagarlos.

Saber que andas por ahí
chiquita
y que en algún parpadeo me tocas
o te tocas
sin analizar el precio de los besos
ni la cotización bursátil del deseo
hace que el día siga teniendo
el tacto de tus noches
y por lo tanto
me río en la cara de los calendarios
mientras las sábanas bailan
cuando no las veo
un tango feliz de bienvenida.

Y yo
bicéfalo al pensarte
sonrío a nadie
o sea a ti
que llegas y te traes
con esos ojos que ya han visto demasiado
y por suerte
no se cansan
todavía
de mirarme.


Carlos Salem

Thursday, February 7, 2013

Everyone carries a black hole.


It's like a black hole. You're on the centre of it all, and there's nothing around you. Everything that used to be there, holdin' you, protectin' you, has fallen apart. The darkness of the hole has swallowed everything that mattered. And now you're just there. Lookin' but without seein'. Tryin' to find a way to escape from that desert, that nothing. But the light's gone, and no matter how much you wait, it's not comin' back. Everything's black. And you're right. Certain things, certain wounds can't be healed. Even time can't heal them. So what can we do sweetie? Just accept, that we're gonna carry that black hole for the rest of our lives. We have to learn to live with it. And try to find another lights that will make us shine even when we think all that's left is darkness. Because even if sometimes the black hole can eat almost everything else, don't worry, there will always be a place where we will be safe. A place with all of the lights of our life, the little treasures we're keeping along the way. And if we go there, we'll always find a reason to smile, a reson to fight, a reason to keep going. You're not gonna be swallowed, I promise. We'll find a way to fly. The sun will shine for us. 

I carry my own black hole sweetie. But I didn't give up on light. Don't give up. Someday, everything will shine brighter, and the black hole is gonna be just a ghost, a distant and blurry ghost. I promise.


Wednesday, February 6, 2013

Por si vuelves algún día. Dejaré la puerta del balcón abierta. Quizá aparezcas con el pelo alborotado y moviendo la cola. Quizá aparezcas, como aquel día de principio de verano en el que te vi y me enamoré al momento. Tan pequeña, tan bonita. Hecha un ovillo en un rincón de la cocina. Han pasado muchos años ya, desde aquella maldita tarde de domingo. Y llámame ilusa cariño, pero todavía me queda alguna esperanza latiendo en el pecho. Cada vez menos, pero todavía quedan.

Y quizá, en algún momento, en algún lugar, podamos vernos de nuevo pequeña.

Hago balance y me pongo del revés. Casi nunca algo tiene sentido. Su sonrisa es mi único objetivo. Bésame. Me quiero escapar y volver a encontrarme. Que tu mano me lleve a conocer lo salvaje. Que no hay blanco, ni negro, porque hoy sale el arco iris. El verso aquel no decía nada. No sé cuantas mil letras, en no sé cuantas palabras. Estoy cansada de explicar. Quiero callarme. Y luego gritar. Y reírme a carcajadas. Que si no hay bien ni mal, lo que hay es lo que hay. La relatividad es absoluta. No quiero verte llorar. Mi piel busca tu calor. Si tu no estás me pierdo. Que todos esos nombres son corazones que laten. Y los amo. Y los quiero. Que el tiempo no espera. Que tenemos que hacerlo aquí y ahora. Dile que la quieres. Dile que le amas. No hay más universos. Vuélvete a la cama.

Tuesday, February 5, 2013


"If I can’t untangle something within like 3 minutes, then I begin to start having an emotional breakdown."

There is a place in the heart that
will never be filled
a space

and even during the
best moments
and
the greatest
times

we will know it
we will know it
more than
ever

there is a place in the heart that
will never be filled

and
we will wait
and
wait

in that
space.


Charles Bukowski

Absolutely brilliant.

Monday, February 4, 2013



I'm a creep, I'm a weirdo.
What the hell am I doin' here?
I don't belong here.
El otro día soñé con ella. Estaba atada en una especia de entrada a no sé que sitio. Los sueños nunca se recuerdan bien. Pero me acuerdo que ella estaba ahí. Y yo quería correr hacia ella, pero no podía. Y entonces no sé que pasaba. De repente cambió la escena. Y yo estaba en una especie de lugar cerrado creo. Y a lo lejos veo que algo se acerca corriendo directamente hacia mi. Era ella. Llega a dónde estoy y empieza a saltar, a lamerme la cara, a tirarse encima mío. Y yo, con una euforia que no me cabía en el pecho, gritaba su nombre. Y decía: me reconoce.

¿Me reconocería?

Yo no puedo olvidarla ni un segundo al día.
Un sabor agridulce en los labios. Quizá sean las lágrimas que cayeron. Me cuentan lo estúpida que soy. Su mano estaba cerca. ¿Por qué no la agarré? Le echo de menos. Y solo han pasado algo más de 250 minutos. No es tanto, ¿no? Puedo con el peso de las horas perdidas en el tedio de una tarde solitaria. Pero no puedo soportar estar a 30 centímetros de él, y no tocarle. No puedo con el peso del tiempo desperdiciado estando él a mi lado. Tan cerca, tan lejos. Dos cabezotas jugando a ver quién puede más. Y así los dos perdemos. Ya me lo ha dicho: no puedes hacer esto, no puedes no vivir. Tienes que cambiarlo. Y tiene razón. Tengo que empezar a vivir todas y cada una de las horas de mi vida. Y cuando él esté cerca, todavía más.

Porque vivir con él, es vivir el doble.
Son 70 minutos de paréntesis en los que no estoy en ningún sitio. Sólo estoy yendo. Y en ese ir las distancias se multiplican, y parece que todos los corazones que laten en mi corazón los dejo en otro hemisferio. Parece que me alejo inexorablemente a una distancia que jamás podre desandar. Parece que viajo a otro planeta en el que ninguno de ellos está. Que tontería. Son sólo ciento y pico kilómetros. Nada que no puedas desandar en 70 minutos.

El mismo planeta, la misma distancia, el mismo corazón.

Sunday, February 3, 2013

Y si me cuelgo del minuto siguiente, como una araña se cuelga del techo de ese viejo cuarto, no me digas nada. Es difícil exprimir cada segundo. Es difícil darles la vuelta a las manecillas del reloj. Ellas simplemente siguen. Y si tú no quieres seguir no van a pararse por ti. Ni por ti, ni por nadie. La sensación de que me escapo lentamente me hace temblar. 

Al menos si me escapo contigo no parece tan terrible.