Sunday, January 31, 2016

Se puso a reír en medio de la vida y apagó todos los ruidos, todas las sirenas. El mundo entero se detuvo para oírla, y a los átomos de mi cuerpo se les puso la piel de gallina. No supe, no pude, encontrar palabras para hacerle justicia, y tuve que conformarme con ver como otros reían con ella. Otros que no tenían ni idea del poder que tenía una carcajada así, otros que tampoco sabrían describirla. Si no era consciente de la fuerza de su risa tampoco era consciente de lo devastador de su tristeza. Como si el mundo, de pronto, dejara de respirar, como si las estrellas se apagaran para siempre. Y yo tampoco supe, tampoco pude arrancársela del pecho. Y tuve que conformarme con ver como otros creían hacerlo. Otros que tampoco sabían, que tampoco podían. Me alejé quinientos mares y ochenta lunas, intenté buscar en otro lugar lo que ella me quitó el día que se puso a saltar sin la menor intención de esquivar los charcos. La vi mojada de arriba abajo, tiritando de frío, mirando al cielo con un hoyuelo marcado, brillando. Y entonces la vida se me cayó a los pies y el estómago se me llenó tanto de ella que entendí que en ese momento una parte de mí pasó a ser suya para siempre. Y joder, no tuve nada de miedo. Pero no encontré nada que pudiera llenar aquel vacío en ninguno de los desiertos, en ninguno de los bosques, en ninguna de las ciudades en las que pisé. No, no encontré nada. Sólo más vacío, sólo más oscuridad. Comprendí a tiempo que eso que ella se había llevado no lo iba a recuperar nunca, y que sólo me quedaban dos opciones: volver, o aprender a vivir así, a un millón de parpadeos de ella. Y no es que no pudiera hacerlo, que podría haberlo hecho, es que simplemente no quise. No quise pasar ni una sola luna más así, me hice un moño con todos aquellos sentimientos y decidí desandar todo lo andado, para volver a su risa, para volver a su tristeza, para volver a verla bailando con otros. Y así, una noche cualquiera, volví a entrar al bar donde siempre estaba ella, y digo que siempre estaba ella aunque también estuvieran todos los demás, porque a los demás nunca los veías. Podían estar o dejar de estar, podían llegar o podían irse, pero sin duda la única presencia cierta y segura era la de ella. Lo llenaba todo, se adueñaba de todo. Y no podías no saber si llegaba o si se iba, porque de la misma forma en que su presencia te hacia temblar, su ausencia te hacía enfriarte hasta los huesos. Así que allí estaba, mirándola, observando como bailaba y daba vueltas, mientras bebía directamente del botellín de cerveza dejando una marca de carmín en las esquinas. Y aquella imagen era tan bonita, que sólo quería sacarle fotos, y no dejar de sacarle fotos nunca, para tenerla congelada para siempre, así, con esa belleza sencilla y completa, con esa agilidad salvaje y grácil, con esa elegancia y esa torpeza que hacían de ella algo jodidamente extraordinario. Y mientras yo la miraba embobada, como sumida en un estado de ensoñamiento mágico, ella me miró y se puso a reír. Se acercó corriendo a mí y saltó a mi cuello, de tal manera que todo su pelo se concentró en mi boca, y no tuve más remedio que rendirme a su aroma, a su tacto, a su sabor. Y cuando me preguntó a ver donde me había metido todo aquel tiempo, yo no supe qué contestar, balbuceé y me sentí la chica más idiota del planeta. No podía sostenerle la mirada, no podía tenerla tan cerca y pensar, no podía, no sabía encontrar las palabras. Y mientras seguía sonriendo, me susurró al oído un "no te vuelvas a ir nunca", y me cogió de la mano y nos pusimos a bailar. Y entonces, medio mareada y sintiendo que la sangre no me llegaba del todo a la cabeza, pensé que la vida siempre tenía una extraña forma de decirte cuando habías acertado. Una extraña forma de decirte que por ciertas carcajadas incluso los días de diluvios y tristezas valían ciertamente la pena.




Saturday, January 30, 2016

y sí sé que estoy loca y toda esa mierda pero también sé que puedo bailar bajo la lluvia hasta no sentir los pies y puedo llevarte cerveza a keli a las 3 de la mañana y puedo contarte cuentos que no te ha contado nadie nunca y con los que sé que fliparías. y también sé que soy una llorica de mierda y una histérica y que siempre la cago, todo el rato, todos los días de mi vida, porque lo llevo escrito en el ADN, lo de cagarla, pero te puedo callar la boca a base de besos de esos que te hacen olvidar todos tus pasados y también puedo llenarte los armarios de cereales y galletas de chocolate y comprarte mantas de cuadros que usarías los días que hiciera demasiado frío o estuvieras enfermo, y al verlas pensarías que que guay que yo fuera así de rara. y si usas paraguas al menos te los pintaría por dentro escribiéndote cosas y haciendo dibujos para que no fuera tan terrible salir con él bajo la lluvia, aunque lo que en verdad me gustaría sería que no tuvieses que usar nunca un paraguas, y que te mojaras y que te rieras cuando la lluvia te diera en la cara, pero también sé que no me gustaría que cogieras un catarro o una pulmonía, así que si alguna vez te viese sin paraguas bajo la lluvia sería capaz de ir a por el mío y dejar que te metieras debajo, o como yo nunca suelo tener paraguas, iría a uno de esos chinos o lo que fuera y de verdad que te taparía porque no querría nunca que te pasara nada malo. y también te compraría libros y discos y películas porque la vida es más bonita así, y aún y todo eso no compensaría la lata que te daría con todas mis tonterías. pero podría incluso aprender a hacer pizzas por si alguna vez llegas de fiesta y te apetece una y te la mandaría no sé cómo o te diría ven a casa que tengo pizza recién hecha, y ni siquiera sé si vendrías pero al menos yo te habría demostrado que me importaba que no pasaras hambre. y quizá, si eres de esos que se atan el botón de la camisa hasta arriba, no te pediría nunca que te lo abrieras, no porque no me importe, que me importa y mucho, sino porque entendería que tú eres así, y yo no querría cambiarte por nada del mundo ¿no? y si fuéramos de compras no te diría lo que me gustaría que te compraras, y tampoco te pediría que me sujetaras el bolso, e intentaría ser lo más normal posible dentro de mi desastre. pero luego se me caería todo al suelo y todo sería un lío, y por lo menos igual te reirías y entonces merecería la pena. y también me compraría un bate y les partiría las piernas a todos los que alguna vez intentasen hacerte daño porque sí, soy así de kamikaze, pero sobre todo cuando alguien me importa no tengo límites, y puede ser peligroso, pero ni siquiera me importa, porque si pudiera evitarte cualquier tipo de sufrimiento lo haría, lo haría con los ojos cerrados. y lo haría, lo haría, porque tú merecerías que lo hiciera, aunque yo no mereciera nada porque todas mis libretas están llenas de tachones, y nunca me acuerdo de cerrar la puerta con llave, y siempre llego tarde a todos lados, y se me cae la leche cuando la voy a servir, y se me olvidan las citas con el médico o con el dentista, y no sé leer bien los mapas, y me estreso  mucho en el supermercado cuando se amontona la compra y yo sigo sin poder abrir la bolsa de plástico, y no sé cocinar casi nada, y me dan miedo las pelis de miedo, y un montón de cosas más. pero a pesar de todas mis taras, haría siempre lo que fuera por hacerte sonreír, y quitarte el peso que el mundo pusiera en tus hombros, y haría cosas guays como escribir en el vaho del espejo para que cuando salieras de la ducha sonrieras al leerlas. lo haría, haría todo eso y seguramente mucho más, y aún así, tú no tendrías cojones para sacarme a bailar. por eso cierro la puta boca y tiro todas las excusas a la basura, porque no me vale de nada ser una puta loca si nadie jamás se va a quedar a compartir mi locura. ahora, si lo que me estáis pidiendo es rutina y mediocridad, os equivocáis de chica. pero del todo.


Friday, January 29, 2016

Después de currar he dejado el móvil en casa, he cogido un paraguas de mi padre (necesario porque llovía pero sigo odiándolos a muerte), y he salido a andar. Necesitaba aire, lluvia, oler a tierra mojada, oscuridad. Tenía la cabeza llena de ideas, demasiadas ideas, sentía como si el cerebro me fuera a explotar. Necesitaba dejar la mente en blanco, liberarme de todas esas ideas, frases, locuras que me iban devorando. Son una obsesión, un trabajo constante. Llevaba la libreta en el bolsillo, y sujetando el paraguas con la mano izquierda como podía, iba escribiendo cosas aleatorias. A veces me pasa, que no puedo parar. Incluso aunque salga, aunque intente desconectar. Están en mi cabeza, dando vueltas, y no me dejan tranquila. Y si las dejo ir, se van, y ya no vuelven. Pero son tantas que tampoco puedo apuntarlas todas y es como si quisiera escapar de mi cerebro, escapar de mí misma, pero no puedo, y entonces busco el silencio de la noche, la caída rítmica de la lluvia sobre el suelo, sobre el paraguas. Y ando, ando, y sigo, buscando el silencio, un silencio desgarrador que no deje sitio para más, y, a su vez, deje sitio para todo. Y me encuentro en medio de un aparcamiento a semioscuras, con el paraguas sobre mí, mientras la lluvia sigue cayendo, sola, completamente sola, intentando entender por qué la gente huye de la lluvia cuando yo siempre me he sentido tan atraída hacia ella. Será que nací en el norte, será que sigo siendo piscis. Y me doy la vuelta y sigo andando. Intento subir esa cuesta que lleva hacia el camino que va al lago, pero está todo muy oscuro, y no hay farolas, y los coches siguen pasando por la carretera, y a mí no se me ve bien, y me da miedo que puedan atropellarme y decido darme la vuelta. Y mientras vuelvo hacia el pueblo, intento fijarme sólo en el compás de mis pasos, en el sonido de la lluvia, en el frío, en el olor de la noche. Intento sacar todo eso que me aturde la cabeza, destruirlo, evaporarlo, hacerlo polvo. Lo intento, lo intento, lo sigo intentando. "Sal de mí" le digo a mi cabeza, pero ella hace como que no me oye y te vuelve a nombrar. Hay cosas que no se pueden combatir, hay cosas que no se pueden superar. Hay cosas que están, que siguen, que permanecen. Que se enganchan a todas tus neuronas, a todos tus recuerdos, a toda tu espina dorsal. Que se enganchan tanto a ti que no hay quien las arranque. Sí, a pesar de todo lo que hagamos hay cosas que no se pueden olvidar.

A veces ni en un millón de vidas.

La lluvia hoy no ha servido de nada. La lluvia hoy más que nunca era tú. He llegado a casa y me he puesto a escribir. Detrás de toda la mierda, sigues. Y sólo se me ocurren dos cosas: todavía. y ¿hasta cuando?


Wednesday, January 27, 2016

He was like the wind. That kind of wind that blows in those turbulent autumm days, makin' the leaves fall, tossin' everyones hair, being naughty. You wouldn't find the exact words to describe him even if you looked for them forever. He was unpredictable, quick, intense, unmanageable, strong and weak at the same time, cold, freezing cold, warm, fuckin' warm, he was everything. He was fuckin' everything. Almost invisible but so tangible you could feel his heart beating from the other side of the street. You couldn't help feeling him, in your forehead, in your neck, in your skin: yeah, he was like the wind. She was made of water, of seas. Every time she was walking down the streets the sky started rainin'. They were both dancing to a song so loud and quivering it seemed like a scene from another time, another land. She loved to get wet and she used to jump in all the little puddles, and sometimes, when she had a day crazy enough, even if the big ones. Her voice was the melody of the waves, and every atom of her body was forever in love with the drops of the ocean. When people met her they always used the words "like the rain", but they were utterly wrong, she wasn't like the rain: she was the rain. One day, one random day of a random year in a random city, they collided: in the same night, the same hour, the same skin, the same mattress. He fell in love with her seas and she thought she could stay to feel his soft breeze forever. And suddenly she was pouring hard, and suddenly he was blowin' with the rage of a tornado, and the fuckin' storm they created felt like the end of the world. Like the beginning.


Tuesday, January 26, 2016

I was watchin’ him like he was not real, and maybe he wasn’t. a criature from another place, another time, another stardust. and I didn’t care much about him being an alien or something, the only thing I was worried about was the way he could make me forget about the world, not givin’ a fuck about anything else, just commitin’ myself to an everlasting second of just starin’ at him, like the rest of the universe was all darkness, and he was the only thing I was able to see. yeah, it was scary, but I would have been able to look at him forever, and never, ever, get tired of it.


Tuesday, January 19, 2016

y te odio, te odio tanto por haberte ido, por haberme dejado sola, por no haberte quedado conmigo debajo de las mantas cuando venían los monstruos, por no haber estado, joder, por no haber estado. te odio tanto que ya no sé dónde meterme, porque todo ese puto odio, cada átomo, cada molécula de ese odio, es tanto tanto tanto amor que me duele el alma, cada costado, cada puto punto de mí. te odio por haberte ido. sí, te odio por haberte ido.

pero más me odio a mí,
por haberte dejado ir.

Monday, January 18, 2016

Te quitan un cacho de vida con cada decepción.
Las lágrimas van sellando el pasado.
Olvídate del mundo.

Nacimos para morir en el intento,
para dejarnos la piel por los demás
¿y qué recibimos a cambio?
Silencios ensordecedores
que te rompen
los latidos,
palabras que terminan
siendo
puta cicuta
en el estómago.
Tu voz tiene la virtud
de matarme cada vez
que cuestionas todo lo que soy
y lo que hago.
Yo que me inmolaría
para que no te hicieran daño.
No sé que hice mal contigo,
no sé que hice mal conmigo.

Mierda seca en los bordes
del corazón,
nada que rascar,
nada que sacar.

Ellos allí,
y yo a un millón de vidas.
No quiero nada del que no quiera dármelo,
no mendigaré cariño,
no mendigaré amistad.
Esos son cosas que se dan,
nunca se piden.

Pero pude sola durante una eternidad,
dame cinco más
que me las como.

Y tú,
tú vete lejos.
Porque cerca me haces daño.


Sunday, January 10, 2016

Perdóname por esto, pero yo no sé mentir. Sigo sin darle al play porque no soporto el sonido de tu voz. Era demasiado perfecto. Sigo sin darle al play aunque me muero de ganas, aunque mataría sólo por volver a escuchar alguna de tus sílabas. Sigo sin darle al puto play. La vida se tiñó de rojo sangre y alguien bajó todas las persianas. Y desde ese día. Sigo, sigo sin pronunciar tu nombre. Ni una puta vez, en ninguna de las 24 horas de ninguno de los 7 días de la semana. Y así hasta el infinito. Si lo digo me muero. Si lo oigo me mato. Sigo haciendo como si nada, como si no me importara, como si la vida ya estuviera forrada de algodones de azúcar y galletas de chocolate. Y qué mentira. A mí que nunca me gustó mentir. Pero la utilizo de refugio porque si salgo ahí fuera no sé si podré sobrevivir. Si grito que sí, que sí, joder. Si lo digo en voz alta.Y sigo, sigo sin mirar ciertas cosas, sin hacer caso a ciertas señales, sin pensar en ciertas palabras, porque sé que todo me llevará a ti. Y no me da la gana. Porque quizá otra vez. ¿Y entonces hasta cuando? Por eso hago como que ya no existes, como que el mundo te tragó aquel día de verano, como si te hubieras convertido en polvo, en aire, como si te hubieras esfumado. Y a pesar de todo sigo. Sigo sin entender qué me paso contigo. Lo único que siempre tuve claro, es que fuera lo que fuera, no quería que dejara de pasarme. El día que dejamos de pulsar esos botones una parte de mí se quedó donde sea que estuvieras tú. Y para siempre.




Yo no sé de amores de película ni de mañanas de café con tostadas quemadas. Yo no sé nada de lo que cuentan esas historias que siempre acaban bien y de esa perfección de los escaparates de las mejores avenidas. No, no tengo ni idea de toda esa mierda. Pero conozco de memoria los títulos de las novelas que te harían sonreír, y también sé cual es el mejor chocolate de todas las baldas de todos los supermercados. Te lo juro. No, yo no sé nada de bolsos de lujo ni de zapatos de tacón, nada de cómo combinar los vestidos. No sé nada de como hay que comer en una cena de gala ni que debería hacerme en el pelo para no parecer que cada día me ha pasado un tornado por encima. No, no tengo ni idea de toda esa mierda. Pero sé que la música siempre es mejor a toda hostia, y que cualquier película sabe mejor con palomitas (incluso si quieres podría echarles mantequilla). Sé que cada vez que oigo esa canción recuerdo estar bailando en ese cuarto mientras tu seguías sentado, y que desde ese día ya no puedo dejar de verte cada vez que le doy al play. Sé que han pasado no sé cuantas lunas llenas y que ya ni siquiera te acordarás de cómo comer conmigo era una tortura. Pero también sé que te prometí que algún día te tocaría el timbre sin avisarte antes y que te invitaría a unas birras y me contarías que eras el más feliz del mundo, porque tiene que ser así, porque si no lo eres, te juro que lo tumbo a patadas, al mundo, a quien sea. Que no, que yo no sé ser eso que se supone que tenía que ser, o yo qué sé que mierdas, pero sé que el día que te vuelva a ver esa ciudad se llenará de sol porque hoy por hoy todavía no he visto nada que pueda competir con tu sonrisa. Y si quieres escribiré en las nubes: te quiero, colega. Y si quieres te hago croquetas y me quedo callada un rato largo para que no termines hartándote de mí. Pero por favor, prométeme que la vida siempre nos guardará momentos como aquellos y que siempre sonreiremos con el primer abrazo. Por favor, prométeme que pase el tiempo que pase, y que estemos donde estemos, tú seguirás siendo eso que fuiste ese día y todos los que vinieron después, porque pocas veces vi algo tan alucinante. Por favor, bollo, prométeme que con nosotros nunca va a importar nada de esa mierda, que lo que une el sur no lo rompe nadie y que siempre tendremos comida y sonrisas en la nevera, y muchas muchas muchas cosas que contarnos, mientras el mundo sigue siendo una mierda pero nosotros bailamos. Prométemelo, o te rompo las piernas. Eres mi kinki favorito, uno de esos corazones que no quiero perder ni en esta ni en ninguna de las otras vidas. Para mí tú ya eres para siempre.




Tuesday, January 5, 2016

Llegué tarde, y cuando entré todo estaba hecho un desastre. Había como siete ceniceros llenos esparcidos por toda la habitación, parecía que el cuarto no se había ventilado en semanas, encontrabas bolsas de patatas vacías por todas partes, un rincón en el que había ropa rota, discos aniquilados por el suelo, hojas arrancadas de cuadernos y de libros, fotos tiradas por doquier, un chándal y una sudadera encima de la silla, un escritorio que había dejado de serlo, mecheros, latas de cerveza, folletos de restaurantes de comida china y de Telepizza, trozos de poemas escritos en post-its que estaban aleatoriamente pegados a las paredes, un bote de pintura verde debajo de la ventana, brochas y pinceles y cinta adhesiva, una maquinilla de afeitar encima de la cama, botes y botes de pintauñas encima de la mesilla, algunas películas en DVD y un peluche gigante lleno de manchas negras a los pies de la cama y en la pizarra de la nevera ponía:' love till it hurts, and then fuck off.' Charlie miró a J, que estaba sentada en el suelo, en el otro lado de la habitación fumándose un piti mientras miraba fijamente a la ventana.

- ¿Pero qué coño ha pasado aquí?
- Es Sam. Le han roto el corazón.
- Sí, me lo imaginaba.

Se acercó lentamente al bulto que había en el extremo más alejado de la cama, justo pegado a la pared, envuelto en una manta de color burdeos. Aquella bola era Sam, y sabía que no querría salir, y él no iba a obligarla. Se sentó con las piernas encima de la cama, mirando al bulto que sabía era su amiga y se quedo callado durante largo rato. Luego poco a poco se acercó y lo abrazó desde atrás, apretándose fuerte. Sam reaccionó al contacto y se acercó más a él. Se quedaron así durante unos 15 minutos. Nadie dijo nada. Aquel desastre se sumió en el silencio más absoluto, en el que sólo el compás de los pulmones al respirar dejaba claro que todavía allí dentro había vida.

- Menos mal que has venido. - Dijo entonces Sam con un hilo de voz. - Estaba a punto de volverme loca.
- Tranquila. Tienes todo el derecho del mundo de volverte loca si quieres. Yo estaré aquí cuando decidas volver.

Sacó una parte de la cabeza de debajo de la manta, dejando ver sus ojos, y le miró:

- Prométeme una cosa.
- Lo que quieras.
- En la puta vida seas como él.

Él la miró e intentó sonreír, pero no le salía la sonrisa. Los ojos de Sam estaban tan apagados que por un momento creyó que ella ya no estaba allí, que se había ido, que la había perdido. No tenían brillo, no tenían esa curiosidad y alegría locas que solían tener. Eran un eco, un tronco de árbol seco, pétalos de flor por el suelo. Eran vacío. Tragó saliva y habló:

- Te lo prometo.
- Bien. Nunca rompas esa promesa. Ahora dile a J que puede irse. Coge el peluche y túmbate aquí con nosotros. Y no te vayas aunque me duerma. Sólo quédate. No tienes que hablar, no tienes que hacer nada. Sólo quédate. No te vayas.
- No, no me iré.
- ¿Nunca?
- Nunca.

Sam le volvió a mirar con los mismos ojos tristes y marchitos, como si mil siglos de desgracias hubieran vivido dentro de ellos.

- ¿Sabes una cosa?
- Dime.
- Lo peor de que te rompan el corazón es darte cuenta de que lo tenías, y de que ya jamás va a volver a ser igual.

Quiso decirle algo pero no tenía las palabras. Se quedó callado esperando a ver si ella decía algo más.

- No tenía ni idea de que dolía así.
- ¿Así cómo?
- Como si de verdad te hubieran metido la mano dentro del pecho, te hubieran sacado el corazón y te lo hubieran partido en un millón de cachos con un jodido martillo. Pensaba que lo que contaban las canciones era mentira.
- ¿Por eso has roto los discos?
- No.
- ¿Entonces por qué?
- Porque ahora él es todas las canciones. Y no me da la gana.

Se dio la vuelta y se tapó hasta arriba con la manta. Él se quedó mirando un largo rato el bulto que se suponía era su cabeza. Luego se tumbó muy cerca de ella y cerró los ojos. Tenía razón, era como si te metieran la mano dentro del pecho, te sacaran el corazón y te lo partieran en un millón de cachos con un jodido martillo. Joder, ella siempre tenía las palabras. Incluso cuando todo su mundo se reducía a ese desastre. Y mientras notaba el calor del cuerpo de Sam y como su respiración se calmaba poco a poco, sintió que los cachos de su propio corazón se recomponían un poquito.