Tuesday, September 20, 2016

y de repente tus ojos, y todo eso que cambia como la luz de los semáforos. y de repente la vida, haciéndome cosquillas en la planta de los pies, mientras intento soportar la soledad de verme lejos de todos mis colores favoritos. hoy soy un desierto en medio del oásis, y no encuentro canciones que acaricien la nostalgia. tengo ganas de coger el teléfono y marcar esos números, pero no lo hago, porque mi voz entrecortada seria un mal presagio, y jamás les haría pasar por eso. aguantaría el peso de cien planetas sobre mis hombros, sólo por no apagar esas sonrisas. pero yo no tengo Dios, y hoy no sé a quien acudir para apagar mis miedos. y es que es una mezcla de chocolate con vinagre, y yo sigo siendo una niña pequeña soñando con saltar a las nubes, esperando a que llueva para pisar los charcos, mirando a los columpios como si estuvieran hechos de diamantes, aunque estén viejos y roñosos, jamás dejaré de quererme montar, de querer jugar hasta que se acabe la tarde. y es que hoy en Madrid ha salido el sol, pero en mis pulmones sabe a viento y huracanes, y mis átomos se tiñen de gris mientras una sonrisa fingida hace de parche. que nadie pase dentro, que nadie llegue dentro, mi desastre es sólo mío. y es que llevo demasiado tiempo sin un abrazo de esos, de esos que sólo ella sabe darme. su calor me lo robó la ciudad más bonita del mundo, y hoy hasta me cortaría el pelo si alguien me llevase a su vera. necesito que me abrace, que me recuerdo que a veces sólo basta una sonrisa para sentir que pertenecemos a algún sitio, a algún lugar, que tenga nombre de persona. que a veces basta con un tazón de cereales y el brillo de sus ojos haciéndome sentir que estoy en casa. porque hoy, hoy me siento vagabunda, y ella es el camino con las migas de pan, la que me salva del lado malo de los días, la que nunca jamás me abandonó. la que jamás lo haría. y hoy no sé cómo decirle al mundo que lejos de ciertas coordenadas todo sabe a óxido. que lejos del mar y de su risa siempre sabe a domingo, a día sin colores, a fin del mundo.



Wednesday, September 7, 2016

Vivíamos en un mundo lleno de monstruos,
de farolas tiritando a las cuatro de la noche,
de calles llenas de dudas y cristales rotos.
Sí, vivíamos en un mundo
echo trizas.

Vivíamos en un mundo lleno de miedos,
de callejones oscuros y silencios forzados,
de despertares solitarios
en sábanas frías.
Sí, vivíamos en un mundo
que no nos lo ponía fácil.

Pero vivíamos.
Vivíamos a pesar del sabor a sangre y plomo,
a pesar de sentir que se nos oxidaban
los sueños,
a pesar de que todo indicara
que el cuento no iba a acabar bien.
Que nosotros no éramos de la generación
de las perdices.

Vivíamos, joder,
y creábamos arte del dolor,
pintábamos de azul todas las vallas que
sabían a prohibido,
hacíamos de tripas corazón
y tocábamos el cielo con los dedos de los pies.

Supimos entender la vieja moraleja,
darles la vuelta a los refranes,
caminar como los cangrejos,
deshilachar el aire.

El gato nos miró de abajo arriba,
las nubes se tiñeron de carmín.

Empezamos a bailar
en medio de la calle,
a llenarlo todo de carcajadas a deshora,
a poner a los corazones en jaque.
Y cuando llegó la tormenta tuvimos hambre.

Miramos alrededor
y no vimos a nadie.
Así que bailamos con el miedo
y besamos a las dudas,
hicimos el amor
con los monstruos más salvajes.
Y daba igual lo que corriéramos,
lo mucho que voláramos,
porque todos los relojes iban tarde.

El país de las maravillas era un puto desastre.

Nuestro desastre.

Y jamás lo quisimos más.