Thursday, September 28, 2017

sufrí porque todos sufrían
y el llanto azul del cielo me caló los huesos.

abrí en canal un corazón que sabía a intentarlo
y se desplomó de golpe
antes del último peldaño.
se inmoló entre las ruinas
de una ciudad imaginaria que prometía
girasoles
y algo de paz entre palabras.

todos lloraban,
nadie reía,
y las nubes eran tan oscuras
y estaban tan tristes,
que hasta el cielo entro en comunión
con todos aquellos rostros
que no tenían patria.

otro paisaje desolado.

sufrí porque todos sufrían,
porque hacía frío y no teníamos mantas,
tampoco manos que supieran a caricias,
ni siquiera canciones que pudiéramos bailar.

nos quitaron la música.

era el vacío,
tierra yerma que se abría a nuestros pies como las aguas,
sueños desérticos vestidos de cajas de cartón y porquería.

era el vacío,
más de mil miradas llenas de hielo,
el eco que nunca devuelve la carcajada.

el mundo se caía,
y yo sufrí porque todos sufrían.
porque no había trincheras,
ni leña para empezar a construir hogueras.
un pedazo de tierra maltrecho,
destinado a ser
testigo de todo un manantial de sufrimiento.

era invierno,
y todos sufrían.

el corazón del planeta latía arrítmico, asustado,
y todos los pájaros del cielo corrieron a sus nidos.

como una bomba nuclear era el amor que se perdía,
que no encontró ya el camino
entre tanta soledad.





Saturday, September 23, 2017

Vete, si quieres.
Si las luciérnagas te alumbran un camino distinto,
si las veletas oxidadas te marcan otros vientos,
si aquí la vida se te achica entre las manos.

Vete, si quieres.
Si es otra y no mi carne la que envuelve tus entrañas,
si es otro y no mi pelo el que roza tus mañanas,
si no es mi risa la que quieres provocar con tu locura.

Vete, vete, vete.

No seré yo quien te construya jaulas,
no seré yo quien te frene las ganas,
no seré yo el dique que contenga tus mares.

No seré yo, mi vida.

Vete, si quieres.
Que yo siempre viví entre puntos y aparte,
que siempre supe irme
cuando no pude quedarme,
que también me acostumbré a que todos se marcharan.


Vete.

Que yo me quedo.
Con mis sueños y mis miedos,
bailando en medio del caos y vestida de desastres,
sonriéndole al silencio en el que volveré a volar,
a ser pirata.





- he vuelto.
- sí, ya lo veo. ¿por qué?
- no lo sé, sentí que tenía que hacerlo.
- ya, pero por qué.
- ¿necesitas una razón?
- sí.
- ¿por qué?
- porque la gente no tiene derecho a irse así, sin una sola palabra, sin explicaciones, sin despedirse, y luego volver como si no hubiese pasado nada.
- vale, tienes razón, no es justo.
- no, claro que no lo es. es súper injusto. como todo lo que tú me has hecho. y todavía sigo pensando que no tienes derecho a estar aquí. y mucho menos a nombrarla.
- ¿y qué quieres que haga?
- que te calles y que te vayas por donde has venido.
- no puedo. me he dado cuenta de que la cagué contigo.
- ¿y ahora te das cuenta? yo me di cuenta en el mismo segundo en el que te vi besándote con ella. siendo tan lista como eres no entiendo como no lo viste.
- joder, Alma, sí la cagué, la cagué, y lo siento, ¿vale? no puedo deshacer eso. si pudiese lo haría, joder, pero no puedo. sólo puedo seguir desde aquí, intentar hacerlo bien ahora.
- ¿y de qué me sirve a mí ahora? ahora es tarde, tarde. deberías haberlo sabido. creía que sabías cuanto me gustaba esa cita, creía que sabías que yo no esperaba, creía que me conocías. y, sobre todo, creía que me querías lo suficiente como para no engañarme con esa.
- esa..
- sí, esa. no se merece otro calificativo por mi parte. sé como juega y no me gusta. si tú la consideras lo suficiente como para haber tirado lo nuestro por la borda, me parece perfecto. pero deberías decirle que los leggins nunca molaron y que cuando hablas de la segunda persona no se pone la s al final. es estuviste, no estuvistes.
- te pica, estás picada.
- no, no estoy picada. sólo flipo que con todo lo que hemos vivido y con todo lo que hice yo por ti, tuvieras el descaro de ponerme los cuernos con alguien que le diera tantas patadas al idioma cuando te pasaste los primeros dos meses corrigiéndome todo lo que yo decía mal. qué pedante eras, joder. estaba ciega, ¿verdad? vaya idiota fui.
se quedó callada. cada una miró al suelo sin saber qué hacer. después de encenderse un piti Silvia empezó a hablar:
- ¿y tú qué? ¿qué haces con Eva?
- ¿y a ti qué coño te importa?
- que tampoco entiendo qué haces tú con ella. es tan.. tan..
- ¿tan qué? a ver, venga, qué tienes que decir.
- no sé, supongo que no es tu tipo. no me cuadra contigo. no lo veo.
- ya, yo tampoco veía que tú llegases a hacer lo que hiciste, pero mira, la vida te sorprende.
se quedó callada. entendía toda la rabia y el odio que sentía hacia ella. había cometido el error más grande que podía haber cometido. pero no podía seguir lejos de ella, al menos no sin intentarlo una vez más. Alma la estaba mirando fijamente. habló:
- es súper lista, aprendo un montón con ella, me lleva a sitios guays, me cuida, me protege, sabe respetarme, es tranquila, buena persona, tiene un gran corazón, le gustan los animales y quiere viajar mucho. quizá no lo veas, pero estoy bien. me gusta. enserio, no sé por qué sigues intentándolo, pero yo no quiero seguir hablando contigo. ¿vale? además llego tarde.

se dio la vuelta y empezó a andar. su pelo largo se enredaba con el viento y sus zapatillas blancas estaban igual de sucias que siempre. nunca las limpiaba. era algo que aprendió rápidamente, a las pocas semanas de empezar a salir. le gustaban las zapatillas viejas y ajadas, sucias y rotas. no entendía por qué pero tenían que estar así para que las disfrutara plenamente. sonrío al acordarse de ese detalle. era una tía rara. siguió mirando como se iba, hasta que cuando ya se encontraba a unos trescientos metros de ella, gritó:

- no te hace reír.
Alma se dio la vuelta y le dijo:
- ¿qué?
Silvia se acercó, la miró a los ojos y volvió a decir:
- que no te hace reír.
Alma la miró con ojos extrañados, pero no fue capaz de decir nada.
- os he visto juntas. en el bar y en el parque la otra vez. habla mucho y parece que todo el rato tenéis temas de conversación, pero no te he visto reír ni una sola vez. cuando estás con ella no brillas.

tragó saliva. aquellas palabras no quería oírlas.

- he salido ganando. contigo no podía hablar de nada, siempre estabas diciendo tonterías y haciendo el indio por la calle. ella es inteligente y me enseña cosas y es madura y tiene proyectos de futuro y simplemente tiene sentido y ya está.
- ¿tiene sentido? ¿ahora eres de esas? ¿encuentras algo convencional y aburrido y te parece suficiente?
- no es aburrido, y sí es suficiente.
- mira, yo seré todo lo que quieras, y la habré cagado como nadie y...
- ¡SI! eso es, la has cagado como nadie y ahora no tienes derecho a nada, así que cállate y déjame, joder.

se dio la vuelta rápidamente con intención de salir pitando de allí, pero Silvia fue más rápida y la agarró del brazó. Alma se dio la vuelta y se quedaron una a un palmo de la otra, mirándose a los ojos, respirando fuerte.

- lo que tú quieras. asumo todo, absolutamente todo lo que tengas que decir de mí. y no me importaría que estuvieras con otra si supiese que eres feliz. pero sé que no lo eres.
- ¿y tú qué sabes?
- te conozco, tus ojos no brillaban. no tenías luz. y tú no eres así. joder, tú no eres esa mierda.
- no, aquí la única mierda eres tú. no olvides lo que has hecho y por qué estás tú ahí y yo aquí.

Silvia se quedó callada un rato pero no dejó de mirarla a los ojos. Alma le aguantaba la mirada con cara de rabia y asco. parecía que estaban a punto de pegarse. entonces Silvia le soltó el brazó y se acercó hasta que casi no quedaba espacio entre las dos.
- sí, soy una mierda, pero te hago reír. y pensaba que nunca serías tan mediocre como para cambiar la risa por esa monotonía barata y cutre. pensaba que tú jamás buscarías lo que tuviera sentido, sino aquello que te hiciera perderlo. y en tu fuero interno sabes que los mejores recuerdos son todos esos en los que estamos haciendo el indio y riéndonos como locas. no lo reconozcas si no quieres, pero sabes que es así.
- no, no es así, Silvia. y estate preparada, porque creo que puede ser la definitiva.
- pues qué pena. el mundo ya nos putea demasiado, y el día a día ya es demasiado duro, como para llegar a casa y que te encuentres lo correcto. lo que deberías encontrarte es lo que te hace feliz, la locura sin sentido que te hace latir, todo eso que saca tu mejor versión.
- bueno, esa es tu opinión.
- no, lo triste es que era la tuya. pero supongo que si las cosas cambian también pueden cambiar las personas. no te reconozco. y lo que más pena me da no es que no estés conmigo, sino que estés con alguien que hace que no seas tú. eso es algo que nadie debería aceptar. conformarse en el amor es lo más estúpido que puede hacer una persona. y pensaba que tú no eras una estúpida.
- y no lo soy.
- entonces, ¿por qué ya no te ríes?

Silvia la miró un rato con ojos tristes y luego se fue. Alma se quedó parada mirando como la chica de pelo corto que un día había hecho que se volviera loca se volvía a ir de su lado. no sintió nada, sólo un leve escalofrío al filo de la nuca. ya no se reía, era verdad. se dio la vuelta y empezó a andar en dirección a su parada de metro. intentó acordarse de cómo era la vida antes, pero no, ya no tenía recuerdos. estaba bloqueada, paralizada, sumergida en un estado de inercia absoluta. y la vida pasaba, y el tiempo pasaba.... y ella ya no se reía.



Thursday, September 21, 2017

EL DÍA EN QUE VOLVÍ A CREER EN LOS OJOS MARRONES

Creí que nunca más.
Después de aquellas esmeraldas
perdidas en campos de trigo,
después de aquellos dos océanos
que sólo sabían desbordarse.
Creí que nunca más.

Miré dentro de tantas miradas
que ya no pensé que volvería a encontrarme con el fuego
cerca de un castaño tan distinto.
El brillo que emanaba
de tus ojitos marrones
fue el hogar encendido de una cocina muy casa.
Vi la chispa en tus retinas de madera
y caramelo,
encontré un motivo nuevo
pintado del color de la tierra que pisamos.
Fuiste matiz de carpintero,
piel de becerro acariciada por el viento.
Fuiste miel espesa,
tacto de barro y arcilla,
una barrica de roble llena de luz y Campanillas.

Miré y miré y me subí a un tiovivo que sólo
hablaba de vértigos,
de alturas que cabían en el fondo de unos ojos,
de saltar al vacío en canoas de colores.

El día en que volví a creer en los ojos marrones
fue el día en que me sonreíste
y los bosques te envidiaron.



Wednesday, September 20, 2017

Mi aitite creía en dios.
Creía. Creía. Creía.
Mi aitite era una cara preciosa llena de arrugas,
con el pelo blanco y gris y la sonrisa más tierna que yo podría recibir.

Mi aitite era así.
Cantaba en el coro
y después de las comidas familiares,
siempre después de las comidas.
Nos llenaba de colores, de música y de vida.
Él me llenaba de vida.

Mi aitite era mi abuelo especial,
mi favorito de los cuatro.
Los amé y los amo a todos a morir,
entiéndanme,
pero mi aitite era mi aitite.
Y el creía en dios.

Tuvo un hijo anarquista y rebelde,
que después tuvo un desastre de nieta,
que no sabía casi nada de casi todo,
pero si algo sí sabía es que ella no creía en dios.

Yo soy esa nieta desastrosa,
que siempre fue a la deriva,
que nunca supo si iba o si venía,
pero que si algo supo hacer era amar.
Amar hasta la luna.

Y cómo iba yo a creer,
aitite,
cómo iba yo a creer en ese dios omnipotente.

Si volvió a pasar.
Igual que con la abuela.
Igual que con la mujer que quisiste toda una vida,
diez años después y a mis dieciocho,
un viernes a la tarde que llegué a casa
después de haber tenido un día raro.
Lloré en la comida de clase sin razón ni motivo,
sentí durante todo el día el corazón encogido.
Y cómo lo sabía ya mi sangre.

Al anochecer, a eso de las nueve,
mientras mis amigas me esperaban en el portal,
subí a casa a cambiarme de ropa.
Pero en vez de eso, caí a sus pies, caí a sus pies, caí a los pies de mi padre
cuando me dijo con la cara desencajada
que tú habías muerto.
Ese mismo día, esa misma tarde.
Caí a sus pies con un grito de dolor
y me enfadé tanto con el mundo que la rabia no me cupo dentro.

Otra vez pasaba igual.
Después de diez años y a mis dieciocho.
Aita me decía que tú ya no estabas,
yo perdía un pedazo de mí.

Me enfadé con el mundo.
Íbamos a ir a verte al día siguiente.
íbamos a ir a verte.
Pero no te vi.
No te volví a ver vivo.
Luz de mi vida
apagada para siempre.
Me llené tanto de odio
que me sentí capaz de acabar con todo, de romperlo, de quemarlo.
Porque tú ya no estabas.
Y tú si creías en Dios.

Llegué al velatorio con el corazón en un puño
y un océano en los ojos.
Ahí estabas, como si estuvieras dormido,
con una cara de paz que alivió un poco mi desgarro.

Pero yo no me había despedido.
No te había abrazado,
ni me había colgado de tu risa ni te había dicho que te quería hasta la luna.
Y más allá aitite,
y más allá.
No te lo había dicho.
Tendría que aprender a vivir con el silencio.
El silencio de tu ausencia,
sin tu voz
y sin tu humor,
sin todas tus carcajadas.

Qué puta la vida
que te me robó de golpe.

Y cómo creer en dios, aitite.
Cómo creer en el dios en el que tú si creías si no me dejó,
si no me dejó verte,
si no me dejó,
si no me dejó besarte,
si no me dejó,
si no me dejó abrazarte.

Fui la niña que en muchos momentos de su vida intentó creer,
intentó rezar, recurrió al cielo en busca de un consuelo que no llegaría.

Pero a partir de ese día,
a partir de ese puto y maldito día,
jamás volví a tener un ápice de duda:
dios no existía.

Y a ti no volvería a verte más.


Thursday, September 14, 2017

Mi pecho se ha vestido de tristeza y todo me suena a canción de Berri Txarrak. Lejos de las luces que despiertan las farolas de esa calle que me vio partirme las rodillas, vuelo sola y soy caída. El cielo me sigue quedando tan alto que soy una versión liliputiense ajada y fea. Y qué grandes son los mapas cuando mis dedos los recorren. Hubo lunas llenas, jardines que olían a jazmín y a madrugada, miradas que latieron a más de mil canciones por minuto. Sí, hubo lunas llenas, y desde las orillas de portales y cunetas vacías hice el intento de besarlas. Puse tus ojos en el cielo y fui alondra. Puse tus ojos en el mar y fui naufragio. Vértigo maldito que recorrió azoteas, el tic-tac de un reloj de cuco abandonado. Planté mis sueños en tierra yerma, en úteros vacíos, no había frutos, no había hierba, todo fue rastrojo y olvido. Sucumbí al genocidio, derramé mis apellidos, caí derrotada y rota al pie de los olivos. Y allí no había nadie. Lejos de mi tierra y mis motivos, mi soledad se fundió con las espigas, y en aquellos campos infinitos intenté mudar de piel. Mis huesos y mi carne bailando con la nada, mis párpados gastados intentando no ceder. La oscuridad es necesaria para poder ver las estrellas. Y en medio de aquel páramo zaíno, donde nada pude ver, nada veía, perdida como Alicia sin conejo, sentí que mi alma se partía. Un pequeño crack y luego la hemorragia, un quejido de dolor que sólo fue del eco. Hoy me acuerdo y me siento más pequeña, hoy el aire parece estar hecho más de hielo.

La tristeza se enreda en todos los caminos. Pero allí, en esa extraña tierra en la que todo estaba a oscuras, también vi a las luciérnagas por primera vez.