SÍ, TENEMOS LA REGLA. Y MENOS MAL.
Estoy como guerrera, algo parecido al fuego oceánico en los ojos de Xena. Eso siento, fuego y agua, cataratas de mi misma y las de todas, las de todas las que estuvieron antes, desde Atenea protegiendo a sus soldadas y a sus madres, hasta la última bruja de la última tribu, diabólica, temida, porque es una mujer y menstrua. Menstruación, regla, periodo, nuestros días rojos, tan rojos, tan nuestros, tan salto y caída. Sucia es la sangre, os molesta, os molesta tanto, porque sangramos y manchamos, estamos más sensibles, más locas, más dramáticas, más amargadas, más agresivas, más irascibles, más irritables... ¿más? No entendéis el palo al cuerpo, el dolor mamífero de unos ovarios latentes, es la semilla de la vida que se va, una cada mes, tenemos pocas, nacemos con ellas contadas, nuestras semillas sagradas, y claro que duele soltarlas, claro que el cuerpo lo sangra, claro que la emoción lo siente, alterada, porque las hormonas nos recorren, nos revuelven. Es parte de la naturaleza de ser un mamífero hembra. Mamíferos hembras, en la base somos eso, lo digo con tanto amor como dentro me cabe, como me cabrá en el útero cuando la vida venga. Pero lo lleváis a otro lugar, lo lleváis a donde no corresponde, lo lleváis todavía. Lo llevaron antes, cuando aún vivíamos en cuevas, la mujer que sangraba se aislaba en alguna cueva lejana y pequeña para sangrar en soledad sobre un paño de piel del animal que fuera. No podía estar junto a los de su clan. Era algo maligno, ese sangrado, ese sangrado acompañado por la luna, ese sangrado tan bello, bello por ser rojo y ser semilla. De ahí venimos, todas, todos, también vosotros, de ahí viene la vida, el aire, la luz, de ahí la fuerza indestructible, el milagro único de crear otro cachorro, otro ser humano con sus dedos, y su fuerza, y sus ganas de vivir. De ahí ha venido siempre. De ese sangrado maligno. No consigo entenderlo. No consigo entender toda la farándula montada alrededor de ese concepto. Y celebro mi dolor, jamás una pastilla, celebro mis mareas rojas, mientras la luna me acompaña y me siento hinchada, a veces lloro más, pero somos agua, es fácil, fluir, déjate ser, mujer, lo que eres, así, en toda la verdad que esconde el caos de los días antes, de esos días antes, cuando puedo volar hasta el cielo o hacerme un ovillito bajo la manta mientras anhelo chocolate y mimos. Me contaron una historia que me rompió el corazón. Y no habla de algo que ocurrió hace 5000 años. Por eso me rompí. Por eso lo escribo, para hacerlo tangible, real, para que no se nos demonice más, "tendrá la regla", pues sí, tengo la regla, y qué bonito, qué magnífico regalo tenerla, que preciosidad de río color vino, color granate, color pardo, color tierra, corteza de árbol, arcilla, mezcla de colores, color que mancha y me hace ver que soy una Sapiens. Así, tal cual, con toda la humildad de la tierra en mis costillas, una primate más.
Y ahora lo escribo aquí, lo que pasó el año pasado, el año pasado, un pestañeo en la historia del planeta, después de miles de siglos todavía esta cruz. Me parto. En Nepal siguen practicando el chhaupadi, una práctica que se origina a partir de la superstición de que la menstruación causa que las mujeres sean temporalmente impuras. Impuras. Sucias. Corrompidas. Malditas. Parece ser que según uno de sus mitos la menstruación es una maldición de Indra. Indra, el rey de los dioses, señor del Cielo, dios principal de la religión védica. Rey. Señor. Como no. Maldiciendo a la mujer con la sangre. De aquí se presume que si una mujer que menstrúa toca un árbol, éste no volverá a dar fruta, si consume leche, la vaca no volverá a producirla, si lee un libro, se enfadará la diosa de la educación (ésta es por lo menos diosa), y si toca a un hombre, el hombre enfermará. No me toques, mujer, no me toques. La tradición empieza con la primera regla y dura hasta la menopausia, durante ese tiempo cada vez que la mujer tenga la regla tiene que recluirse en una choza, normalmente hecha de madera o piedra. Cabaña de menstruación. Así se llama. Así de grave es el periodo, así de enorme es el pavor. ¿Por qué ese rechazo al líquido rojo que es fuente de vida? Mientras están menstruando las mujeres no pueden tocar a los miembros de su familia, sobre todo a los hombres. También tienen vedado participar en funciones religiosas, sociales y familiares, como asistir al templo o ir a bodas. A las niñas no se les permite ir a la escuela. Tienen la regla y no pueden ir a la escuela. Durante tres, cuatro o cinco días. Con el retraso que eso puede suponer respecto a sus compañeros. Con la soledad y la marginación tan angustiosa que tienen que sentir. Porque no son suficientes los calambres, el dolor o los cambios hormonales. Además te exilio, te saco de tu hogar, te dejo fría y sola, te hago sentir culpable, sentir maldita. Para más inri no pueden utilizar fuentes comunitarias de agua, bañarse, lavar su ropa. También se les niega la limpieza. Quédate con tu asquerosa impureza inundándote entera. Siéntela y se consciente de tu maldición. Míralo desde ahí, desde el horror, desde la terrible certeza de saber que eres mujer. Y qué desastre. Qué terrible desconsuelo. Mi sangre es impura. Destrozo lo que toco. Soy el mal. Pero eso sí, puedes trabajar en el campo, eso sí puedes seguir haciéndolo, a pesar del cambio en tu dieta, del frío e incomodidad de la choza, a pesar de que no tengas permitido nada nada más, trabaja, trabaja, mujer trabaja, suda igual que siempre, aunque estés sangrando, para el trabajo no eres enemiga, para el trabajo no contaminas, para el trabajo no eres impura. Suda, mujer, suda. Y, después, vete a sangrar sola. A principios de febrero de 2019, Parwati Bogati, de 19 años, murió asfixiada tras encender un fuego para mantener caliente su choza de menstruación. Y antes de ella otras. Muertas por asfixia, picaduras de serpientes, etc. Por tener que aislarse en esas minúsculas chozas, por tener que pasarlo solas, por tener que no contaminar, por tener que contener la maldición, por tener la regla. Así, como suena. Por menstruar, por el sangrado lunar, por ser hembras. Después de tanta historia, de tantos y tantos cachorros que vienen al mundo gracias a nuestras preciosas semillas, que duelen cuando las soltamos, que nos hacen tener días raros y estar más débiles o más susceptibles, más sensibles, pero, a veces, también más pletóricas, más guapas, con más deseo, con más ganas de morder el cielo. Qué no entienden del milagro, por qué lo demonizan, por qué hacen de ello algo impuro, como si no fuera agua roja, vida en flor, manantial de algo tremendamente bello.
Si yo les contara. Si nosotras les contáramos. Si pudieran ponerse en nuestra piel, en nuestros días "malos". Ay, malos eran, fueron, creímos que era un engorro, qué fastidio, el tampón, la compresa, el pantalón blanco con una mancha de sangre, el "justo me baja el finde", el "joder, me voy de viaje y me toca la regla", el "no quiero tenerla más, ésto es una putada". Hasta que. Hasta que entiendes todo lo que eres y que la regla es parte de ti, tu esencia, tu naturaleza. Algo biológico brutalmente poderoso. Algo animal de lo que no puedes huir, y, que con el tiempo, por fin, te empodera.
Yo tuve un aborto espontáneo y casi me rompo para siempre. Después pasaron 40 días de sangrado, algunos más, aquello era horrible. Eran los restos que quedaban en el útero, eran los deshechos de la vida que no fue, que no pudo ser, eran las sobras, el dolor hecho mancha. Y luego volvió. Entre los nervios de no entender nada y las preguntas sobre la fertilidad futura y no poder mirar yo misma dentro de mi matriz para ver si todo estaba de verdad en orden.... vino, llegó, como lluvia de abril a los campos. Ella, la regla, la menstruación, con su vestidazo rojo y tacones de aguja, arrasando con todo, vasta, ingente, inundándome entera, manchando pijamas y sábanas, una compresa en 10 minutos, un río de la vida que podrá volver a ser. De la que será. Abrazo mi sangrado maligno lleno de tabúes durante toda la historia de la humanidad. Lo abrazo fuerte. Me viene completamente regular el siguiente mes. Un reloj. Mi preciosa menstruación es sinónimo de salud, de fuerza, de ser capaz de crear vida. ¿Que si tendré la regla? Menos mal que la tengo, gracias a la luna que la tengo, y sin pastillas, haciendo lo mismo que tengo que hacer todos los días, y, además, sonriendo. Tomad, ahí queda eso, para vuestro eterno pavor a lo humano. Para vuestro eterno pavor a lo que somos de base: hembras.