Saturday, December 9, 2017

No tengo el día, ni las ganas, ni la suerte.
Estoy como hueca,
como una lata de hojalata vieja que suena a vacío,
a podredumbre,
a roña.
No me siento el algodón.

Los días pasan porque tienen que pasar y así pasamos,
pero sólo tengo una sonrisa para el viento: la fingida.
Una inmensa apatía me devora,
y ni siquiera cuando leo consigo alejar a la ballena.

Capitana sin barco y sin rumbo,
me miro a los pies y lo único que pienso es que echo de menos mis botas.
Mis botas.
Te lo puedes creer??
Quizá porque representan ese lugar y esa carretera,
ese barrio y ese asfalto,
esa forma de vestir que es sólo de mi caos,
de mi arrabal eterno.

Me falta el número siete conmigo,
y mi madre no lo entiende.
No tuvo ni la menor idea de lo que se escondía debajo de aquel: necesito que me mandes ese libro.
Me dijo que cualquier libro si era bueno me valdría.
Fue como si me dijera, hija, cualquier mujer de más de 50 mientras sea buena te vale. Y no, ¿no? Porque ella y sólo ella es mi madre.
Tantos años bajo el mismo techo y todavía no sabe la diferencia entre ese libro y el resto. Pero también, ¿qué más da? Si tampoco nadie más lo sabe.

Nadie sabe nada.

Me cruzo con cientos de miradas sólo en un trayecto de metro a Tribunal y no tengo ni idea de todas las tristezas que también hoy van con prisa. Me da miedo, pensar que podemos pasar una vida entera sin que nadie sepa que lo que más miedo nos da es justo eso: tenerlo. Porque estamos solos y el mundo es gigante y a veces las paredes llegan hasta el cielo y nunca tuvimos ni idea de como escalar. Ojalá fuera más cualquier otra cosa y no esta tristeza de 1,70 que no sé pintar, que no sé contar, que sólo sé guardar, hacer herida.

Porque canto alto y salto y salgo a la calle y a veces hasta corro y voy haciendo esos gestos con la mano mientras escucho música y parece que puedo con todo pero dentro del pecho una niña pequeña grita y pide socorro a veces y no hay oídos, no hay abrazos, no hay refugios. No los hay.

Cuatro paredes y esta música,
un montón de libros que no son ese libro.

¿Sabéis? Aquí la gente se queja de la lluvia.
Y yo, que cuento los días que paso sin olerla,
no. lo. entiendo. A nadie entiendo.

Da igual a donde vaya, siempre siento que de alguna manera nunca pertenezco.

Pero hasta la soledad es más bonita cuando llueve fuerte y te haces viento.

Sí, la soledad es más bonita donde llueve y yo me lluevo. Y solo es agua, solo es agua, solo es agua.

Pero es que lo somos.





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