Saturday, July 5, 2014

Hablaba realidad
y dolía.
Pero la vida no estaba hecha para
no doler.
El botiquín de las tiritas siempre estaba abierto,
ya no cabían más heridas.
Ella bailaba sobre la sangre derramada,
con esa canción de fondo
y un cigarro en la mano.
Mezclaba la tristeza
con el humo.
Pensaba que no se notaría.

Cristales rotos
se clavaban en sus pies,
pero ella no paraba de bailar.

Porque la vida era un dolor constante,
una hemorragia continua,
un torniquete a destiempo.

Pero entonces se acordaba de aquello que
su abuela le había dicho una vez:
"Cuando te acerques al rosal
a coger una rosa
te vas a pinchar con las espinas.
No pasa nada.
Las espinas luego se sacan,
pero la rosa se queda."

Y la vida era exactamente eso.
Espinas acariciándote la piel,
quemándote,
doliendo.

Alargó la mano ensangrentada
y con las yemas de sus dedos
agarró la rosa.
Sí, era verdad:
dolía.

Pero cuando abrió la mano
y la vio allí,
tan roja,
tan hermosa,
comprendió
que el precio a pagar
nunca sería suficientemente alto.

Que un milenio
de sombras
bien valía
un instante de luz.
Que un milenio
de espinas
bien valía
un pétalo de rosa.

Que los cristales rotos
nunca harían que bailar fuera menos hermoso.



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