Wednesday, August 22, 2012

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Él no lo sabía. Ella le miraba cuando él no la veía. Suspiraba detrás de los árboles, escondiéndose de la luz. Siempre estaba nerviosa. ¿Cuántas veces soñó con él? Un día empezó a contarlas, y se quedó dormida bajo las estrellas. Esa noche también soñó con sus dos ojitos marrones. Se despertaba cantando, y su madre no entendía porqué. A ella le daba igual. Bailaba en la cocina mientras fregaba los platos. Su sonrisa no se apagaba nunca. ¿Qué pensarían ellos? A ella le daba igual. Sólo quería colgarse de su espalda, y tumbarse en la hierba a ver como cambiaban las nubes mientras le acariciaba el pelo. Tampoco era tanto pedir, le bastaba con un segundo de su tiempo. Pero él no lo sabía.

Un día se quedó mirando como bailaba con aquella chica rubia. Desde luego era muy bonita. Su corazón se partía. Él no lo sabía. ¿Por qué no bailaba con ella? Ella no entendía. Y aquella noche ya no soñó con él. A la mañana no cantó la canción que solía cantar. Su madre la miró, y vio palidecer sus grandes ojos tristes. No sabía que había pasado. Ella no se lo contó. Salió al monte a mirar las nubes, ninguna reconoció. El cielo también se puso a llorar. Ella se acurrucó en el suelo. Y así pasaron las horas, mientras regaba aquellas pequeñas margaritas con las gotas más amargas jamás derramadas. Cuando acabó, se levantó y se puso a bailar. El sol la sonrío desde arriba.

Algo faltaba en esa plaza, pero no sabía muy bien qué. Miró a su alrededor unas cuantas veces, intentando encontrar lo que fallaba. Sus amigos estaban en el rincón de siempre. Se acercó a ellos inquieto, algo no estaba bien. Una sensación extraña le invadía por dentro. ¿Qué pasaba? Faltaba algo, pero ¿qué? Y de repente alguien dijo algo. Un nombre. Se le removió todo por dentro. Era eso, claro que era eso. Ya no la veía. ¿Dónde se había metido? No sabía donde estaba. Ellos no notaban la diferencia.  Ellos nunca la notaban. Le parecía todo tan raro. Ella siempre estaba, pero su presencia era bastante indiferente. Contaban con ella, como se cuenta con la abuela para la comida del domingo. Era algo mecánico, meramente formal. No iban a echarla de menos si no aparecía. Y no apareció. Ni aquella, ni ninguna noche más. Se había ido. ¿Y quién preguntó por ella? Nadie.

¿Nadie? No, no es verdad. Él preguntó por ella cada noche, en silencio, sin hablar. No era capaz de expresar lo que sentía. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué tenía un nudo en la boca del estómago? No entendía nada. No solían hablar, ella era tan escurridiza. Ni siquiera cruzaban miradas. Pero él la miraba mientras se perdía entre los árboles. Y alguna vez se escondió detrás de alguno, para observarla mirar las nubes tumbada en la hierba, mientras tarareaba alguna canción de las suyas. Era tan rara. Se ponía a bailar de repente, en medio de la calle. O de golpe se iba y no aparecía hasta dentro de un buen rato. Él era consciente de todos sus movimientos. Pero nadie notaba nada. Ellos no lo sabían, y él no iba a decir nada. ¿Porque qué pensarían? A él si le importaba. Ella no era para él, nunca lo verían bien. Y probablemente alguien como ella nunca se podría enamorar de alguien como él. Esa noche, se acurrucó en la cama y pensó en ella hasta quedarse dormido. La almohada se humedeció.

Y a no sé cuantos kilómetros de allí, en otra habitación, en otra cama, ella pensaba en él. No lloró, sólo sonreía. ¿Para que llorar? Él jamás sería suyo. Se iría con aquella chica rubia, o sino con alguna como ella. Nunca podría fijarse en alguien como ella, con su ropa rara y sus manías. No tenía clase, y no sabía estar. ¿Qué podía hacer? Él se merecía algo más. Pero su boquita, no dejó de sonreír. Cerró los ojos, y se sintió feliz. Feliz por haberle conocido, por haberle encontrado entre 7.000 millones de personas. Por haber tenido la suerte de coincidir con él en el espacio-tiempo. Por esos ojitos marrones, y la sonrisa que tenía. Agradeció al universo cada segundo con él. Aunque no hubieran hablado, aunque no se hubieran mirado, aunque no se hubieran tocado. Sólo con mirarle a escondidas le bastó para darse cuenta de que por mucho que caminara a lo largo de este vasto mundo, jamás encontraría a nadie así.

 Y la gente se preguntará porqué no llora la muchacha. La muchacha ya no llora, porque la luna le contó que el sería feliz, y que ella al final se tumbaría con algunos ojitos a mirar cambiar las nubes. Ellos saben como es, a ella le vale con poco. 

 Y esa noche soñó con él. Y volvió a levantarse cantando.





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