Se dio cuenta de que
su corazón no estaba en venta. Y de que si lo tenía que regalar, al menos debía
tener un buen motivo para hacerlo. Apagaban su sonrisa queriendo o sin querer.
Y sus colores se volvieron todos grises. No entendía porque no la dejaban libre.
No entendía como no podían entender. Y es que quizá ella no estaba hecha para todo aquello. Al menos, no todavía.
Y es que quizá, ella sólo se debía a la tierra y a
la lluvia, a las flores y a las ganas de correr.
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