El mundo se caía y yo veía ojos negros por doquier. La vida estaba de luto. Hubo guerras sangrientas en tiempos pasados, lágrimas que cayeron al polvo dejando rastros de luz, miradas inertes que no consiguieron salvarse, corazones latiendo en medio del desastre. Sentí cada puñal atrevesándome la vida. Como si ya no quedara nada más de mí, como si ya no fuera nada. Intenté respirar ese aire viciado, intenté redimirme de mis pecados. Dejé mi sangre como prenda e intenté salir corriendo, a ninguna parte, a ningún mañana. Sobreviví a huracanes, a arenas movedizas, a camas vacías que no olían a nadie. Me enfrenté a dragones, a domingos sin llamadas, a miradas sin amor que intentaban acabar conmigo. Me di de bruces contra mil muros, contra mil bocas que sólo escupían mentiras, contra mil amaneceres sin nombre, contra corazones pintados de negro incapaces de querer, incapaces de quererme. Y nada, absolutamente nada de eso fue peor que tu sonrisa. Te vi sonreír y el mundo se paró, las estrellas se apagaron y ya no hubo esperanza. Ese día supe que tú ibas a matarme. Ese día supe cómo iba a morir.
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