...
Y creo que no hay nadie que me
irrite tanto con su sola presencia en más de cien kilómetros a la redonda.
Se calló de golpe. Lo había
soltado de carrerilla, casi sin pararse a respirar. No quería que la
interrumpiera. Aun así, era consciente de que todo aquello era demasiado para
soltarlo de una sola vez. Quizá le cerraría la puerta en las narices. Le
parecería justo. Pero tenía la esperanza de que se quedaría a esperar a que
acabara. Era de naturaleza curiosa, y no iba a querer quedarse con la duda. Era
la baza con la que contaba. Le miró a la cara, y esperó. Él la estaba mirando anonadado.
Ni siquiera parecía real que ella estuviera en el umbral de la puerta, mojada
de arriba abajo, con el pelo revuelto, y tiritando. Pero allí estaba. Sus ojos
la veían, así que eso significaba que era real. ¿O estaba alucinando? No podía
asimilarlo. Era incapaz de asimilar todo lo que acababa de decirle. Y sí claro,
podía esperárselo. Sabía que no le caía bien. Sabía que no eran los mejores
amigos, ni siquiera los mejores compañeros. Sabía que en la oficina ella y otra
colega cuchicheaban a sus espaldas, porque las miradas furtivas, y las risas
espontáneas cuando el pasaba cerca las delataban. Pero no pensaba que podía ser
para tanto. Aquello era demasiado. No podía asimilar tanta información negativa
sobre su persona en tan poco tiempo. ¿A qué venía todo aquello? No lo entendía.
No podía creérselo. ¿Y ahora cómo iba a mirarla a la cara? ¿Cómo podría hablarla después de aquello? ¿Que no le gustaba su voz? ¿Pero que tenía su voz de
raro? ¡Si era de lo más normal! Que desgracia, que desastre. Ella aprovechó su silencio, y se
propuso seguir. Las segundas partes siempre eran las más difíciles, sobre todo
si eran tan contradictorias como aquella. Pero después de la cena de noche
buena de la empresa, y después de aquellos tres meses de locura, ya no podía
guardárselo más. Seguía sin entenderlo, sin saber de dónde venían todas esas
ideas, sin saber qué sentía exactamente. Lo único que sabía era que si no
hablaba iba a explotar. Y allí, en el umbral de la puerta, empapada y
tiritando, decidió terminar lo que había empezado. Las consecuencias daban
igual, lo único que pretendía era no terminar ingresada en algún manicomio de
la ciudad. Aunque quizá, muy probablemente de hecho, a cambio de su cordura,
tendría que poner en juego la de él.
- Bueno, supongo que pensarás que si pienso todo eso de
ti no tiene sentido que te mire a la cara siquiera, o que te hable. Y menos que
haya venido hasta tu casa, un viernes por la tarde, lloviendo y sin avisar. Y
sí, tienes razón en todo. Pero tenía que hacerlo. Porque llevo tres meses
volviéndome loca, y no entiendo lo que pasa. Y de repente, hoy cuando llegué a
casa después del trabajo, me senté en el sofá y puse la tele. Pero no podía
prestarle atención, no me enteraba de lo que decían. Tenía la cabeza en otra
cosa, justo en eso que me estaba volviendo completamente majara. Y me levanté y
di mil vueltas, y llamé a una amiga, y no me sirvió de nada, y comí chocolate,
y esperé a ver si conseguía centrar mi atención en cualquier cosa aleatoria,
pero no tuve éxito ninguno. Y entonces cogí mi chubasquero, y salí corriendo,
pensando que el cielo aguantaría porque tampoco tenía tan mala pinta, pero como
de costumbre no acerté, y empezó a llover, y me empapé, y me costó dar con tu
casa, pero al final la encontré, y ahora estoy aquí, y ni siquiera sabía por
donde empezar. Y te he dicho todas esas cosas horribles, que son verdad ¿no?
Pero que tampoco pretendía que sonaran así de mal, o parecer tan contundente, y
claro ahora estás alucinado, y yo tengo que seguir porque sino, no vas a
entender nada, y aunque yo no lo entiendo, esperaba que tú si pudieras, y es lo
que quiero intentar.
-
Para para para, que a esa velocidad no puedo seguirte.
Por favor, intenta ir al grano, que no quiero estar aquí hasta mañana esperando
que me sigas insultando en la puerta de mi casa. - Lo dijo con cierto tono orgulloso, no iba a dejar que aquella loca le quitara la poca dignidad que le quedaba.
-
Bien. Tienes razón. –Respiró hondo y tragó saliva.
–Básicamente, desde la cena de navidad, y en los siguientes tres meses hasta
este mismo momento, he sentido cosas raras.
-
¿Cosas raras?
-
Sí, en mi cabeza. Y en mi cuerpo también.
- ¿Estás enferma? ¿Te van a internar? – Si la cuestión
era que estaba loca, el asunto no era tan terrible. Al fin y al cabo, todo el
mundo sabe que los locos dicen cosas sin sentido, y por lo tanto no podía ser
cierto todo lo que le había dicho. No lo iba a aceptar ante nadie, pero le había
herido en su orgullo. No soportaba que nadie, por mucho que fuera alguien como
ella, tediosa, marujona, vulgar, corriente, simple y una larga serie de
calificativos un tanto mal sonantes más, le dijera que era infantil, que tenía
valores equivocados, que era desagradable y que tenía una voz espantosa. Él que
había sido siempre un ejemplo a seguir, en el instituto, y en la universidad.
Él, el chico perfecto, siempre correcto, siempre en primera línea, siempre con
la élite. El de las mejores notas, el más trabajador, el ojito derecho de los
profesores. Tenía intereses un tanto especiales, sí, eso era verdad, pero de
ahí a llamarle friki había un paso. Además, ¡que sabría ella! Si solo era una
chica de barrio, una más. No destacaba, no tenía buena presencia, no hablaba
bien, no era educada ni elegante ni graciosa, no tenía estilo a la hora de vestir,
no era demasiado inteligente y era de
clase baja. Ni siquiera sabía como había conseguido trabajo en la empresa. Un
golpe de suerte, seguro. Había ido a la universidad si, pero con una beca. Y no
sabía cual era su expediente académico, pero no podía ser muy bueno, porque
cuando hablaba, sólo hablaba de tonterías, y no tenía sentido lo que decía, y
parecía no tener nunca un discurso coherente, y estaba loca. ¿Porque si no que
hacía allí a esas horas y en esas
condiciones? Era completamente inverosímil.
-
¿Eres idiota? No, no me van a internar.
-
¿Entonces qué te pasa?
-
Tú. Tú eres lo que me pasa. – Lo dijo enfadada, con rabia.
-
¿Yo? ¿Y qué te he hecho yo si puede saberse?
- Existir. Estar ahí plantado como un lelo. No te
soporto. Verte todos los días es un suplicio. Me irritas. Me resultas
irritante. ¿Comprendes?
-
Sí, ya me lo dijiste antes. No hace falta que sigas haciendo
hincapié en eso, ¿vale? Y es más, ¿a qué viene todo esto? ¿Por qué me hablas
así? ¿Por qué vienes a mi casa, a estas horas de un viernes, con el tiempo que
hace, solo para insultarme y decirme que te pasan cosas raras que no consigues
explicar?
-
Porque, eh… porque..
-
¿Porque qué?
-
Porque siento una terrible, odiosa e inexplicable
atracción hacia ti. – gritó.
La tierra se detuvo. Tuvo que
detenerse, sino no podía explicar aquella sensación. Se sentía mareado, raro.
La sangre no le bombeaba al cerebro, o de repente la inercia acumulada de una
vida entera en movimiento constante le dejó K.O. No podía entender qué estaba
pasando. Su cabeza dejó de funcionar. Su boca se abrió, formando una o perfecta. Parpadeó cuatro veces. Tragó saliva cinco veces. Y entonces, la miró,
balbuceó en un tono apenas audible, la volvió a mirar, y cerró la puerta. Ella suspiró, aliviada, dio media
vuelta y se fue por dónde había venido.
...