Wednesday, August 10, 2016

estaban empeñados en ponerle nombre a todo. encasillaban cada sílaba en jaulas de cristal inamovibles. lo jodían todo. estaban empeñados en encarcelar las emociones, en redefinir conceptos ajados y maltrechos, en limitar todo aquello que jamás podría plasmarse en una función racional. estaban empeñados en hacer que todo se resumiera en dos más dos son cuatro. y todo porque no podían con el caos, y todo porque no podían entender que la mayoría de las veces lo más bonito era el desastre, una desorganización completa, un no saber qué decir ni cómo, pero saber palparlo, saber sentirlo, respirarlo. intentaron ponerle diques al mar, enseñarnos fórmulas que no servían más que para complicarlo todo. la cagaron.

y no supimos cómo llamar al amor,
porque esa palabra ya estaba desgastada,
cansada de vivir en labios
en los que no significaba nada.
y no supimos clasificar los sentimientos,
porque formaban una maraña de desastres tan inmensos
y bonitos, tan devastadores e intensos,
que nada de lo que inventaron nos servía,
que todo lo que construíamos caía.

y entonces la nostalgia vino a arroparnos,
a decirnos que a veces no importaba.
la noche brilló
y el silencio cantó un tango de los tristes.
entendimos que podíamos
quemar los lápices,
romper todas las hojas,
hablar sin decir nada,
mientras los ojos se humedecían
y los corazones empezaban a sentir
que había latidos
que en la puta vida podríamos describir.

suspiros intermitentes taladraron el aire,
y todo se llenó de un fugaz color mañana.

y ella, que nunca supo cómo definir ese chispazo de tristeza,
empezó a dejar todos los post it en amarillo.





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