Saturday, March 23, 2019

Las niñas que no tuve contigo

Tengo que arrancarme del vientre las cuatro niñas que iba a tener contigo. Creo que siguen ahí, bailando, haciendo el mono a tu manera, con pelusilla que iba a ser pelo alborotado, bucles hasta el suelo, porque tú eras todo rizos, porque yo era siempre largo - y a ellas no se lo iba a cortar por mucho que dijeran sus abuelas. Creo que están ahí, que aún las siento, que a veces me tararean. Me sé los nombres porque esos sí son míos y menos mal que no los decidí contigo, porque sino ahora estarían en la basura junto a los recuerdos rotos y yo lloraría cada vez que escuchara a una mamá llamar así a su niña. Son míos, es lo único que tuve claro, que en eso no era equitativa, porque una parte de mí siempre ha tenido tan presente que todo dura casi nada y que yo las iba a parir y por eso yo las nombraba. También porque mi nombre nunca me gustó y en parte no entiendo cómo a mis padres se les ocurrió joderme así el recreo, pero cuantos niños en el mundo hemos aguantado bromas de mierda, porque ni siquiera eran originales, por tener los nombre que tenemos. Un brindis por todos vosotros, os entiendo. Pero a ellas, los mejores, los que sé que no tienen rima fácil ni ocurrencia, los que sé que son preciosos, como iban a ser ellas porque tú lo eras. Tenía toda la fe del mundo en tu genética porque la mía es defectuosa, un poco rara, bastante poco bonita. Quería que ellas fueran una calcamonía tuya, muy sangre de tu sangre, con el mismo azul mar, cielo y cobalto en la mirada. Me las tengo que arrancar porque a veces resuenan sus risas, las carcajadas que iban a romper todos los silencios, llenar de luz y vida los columpios. Iban a ser cuatro y tú me mirabas con cara de son jodidamente demasiadas. Pero te imaginaba llegando a casa vestido de traje porque tu trabajo, ya sabes. Ellas iban a estar esperándote en la entrada y se iban a avalanzar sobre ti, y tú, tú las ibas a querer como se quiere cuando no se tiene miedo, con el corazón abierto, las tiritas preparadas, el pan siempre recién hecho, con la sonrisa en llamas. Las ibas a coger por los aires y el perro enorme que también tendríamos se os uniría a la piña y formaríais una foto en blanco y negro para siempre en mis retinas, mi pequeño clan, mi paraíso. Eso ibais a ser. Y yo sería su guardiana, su puerta acorazada, su cocinera, contacuentos, jugadora de juegos imposibles, exploradora de los bosques de ciudad, compañera de baños, de deberes y de cenas, conductora de furgoneta vieja, taxista del día a día, peluquera, costurera, enfermera, su mamá osa. Y yo habría sido tu guardiana, tu amiga, tu partner in crime, tu amante bandida, guerrera en tus batallas, la que te cubriría las espaldas, compi de conciertos, de cine, de manta.

Compi de todo lo que ya no fue más.


Tengo que arrancarme del vientre las cuatro niñas que iba a tener contigo. No, no renuncio a mi maternidad latente, a mis ganas de dar vida, de limpiar, de peinar, de curar, de acunar, de sanar, de escuchar, de arropar, de inventar, de empezar, de bailar, de comprender, de cuidar eternamente. No renuncio. Pero ya no serán ellas. Serán otras si es que son, si es que al final lo consigo. No tendrán tus rizos ni tus ojos índigo. No serán nuestras. Serán mías. Y el cambio de pronombre atraviesa mis heridas, las abre, las hace más carmín, más casquería.

Por las niñas que no tuvimos.
Copa al suelo.



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