Quise
ser y fui
compañera
en el asfalto.
Los
dientes de león estaban por todas partes
y
el mar siguió guardando los secretos más nuestros.
Qué
altas estaban las ramas de los árboles.
Pero
teníamos el tiempo y la tierra.
La
luna en lo más alto haciéndonos cosquillas.
Teníamos
la luz, las espadas de madera,
el
intento de volar,
y
era tan nuestra la alegría que parecía que el mundo siempre iba a
ser así: extremedamente fácil.
Qué
ilusas fuimos,
pequeñas
futbolistas de porterías de chaqueta,
las
ciclistas que siempre se rajaban las rodillas,
artistas
que pintaban con tiza tonterías.
Que
entonces no lo eran.
Y
la lluvia nos venía a recordar la importancia del refugio, del ven
que yo te tapo, del corre, joder, corre no ves que nos
mojamos, pero nos daba tanto igual. Nos importó una mierda.
Porque
no teníamos normas ni reglas, no teníamos el tápate más,
el súbete la falda, el peínate mejor, el así no estás
presentable. qué coño me importaba, si yo solo quería el
balón y el infinito, ser como todos ellos, india y vaquera, pistolas
invisibles, balón prisionero, todos a una, el escondite, no había
diferencias, no las había, porque el más rápido llegaba y nos
salvaba, y si alguien se la quedaba demasiado tiempo era siempre
democracia, había que cambiar. Y nada de trampas.
Pero
éramos, éramos una piña, coches y muñecas, todos con las piedras,
las latas, por qué tuvo que cambiar, por qué crecer y a la mierda,
por qué.
Empezar
a ver que ellas tenían más pecho que yo, empezar a darle
importancia, 11 años, 12 años, los chicos, tener que ser algo, no
sabemos qué pero algo, las broncas, problemas con amigas,
rivalidades, no seas así, no grites, no seas mal hablada,
esos pantalones no, pero me gustan mama, no, con eso no sales, y
no salías. Pero te cambiabas en el portal porque rebeldía, el niqui
en el buzón, hacer piruetas, querer ser leona y que te pusieran
rejas. Tanto tanto tanto llevamos tatuado en los oídos y en el
tórax, porque joder, dolía.
Toca
desaprender, empezar a volver a crear islas en las que todo es
posible porque salimos volando en barco y llegamos a hacernos amigas
del cocodrilo, bailando como antaño alrededor del fuego. Toca
desaprender, escuchar nuestros latidos, qué queremos ser, cómo
queremos caminar, si no quiero tacones no quiero tacones, pero si los
quiero me los pongo y que suene que piso, porque si hay que sonar
sueno, la Mala, la Gata, la guerra, las palmas, y todo lo que soy
gracias a ellas. A todas. Por ser compañeras de viaje, compartiendo
maletas, kleenex en los baños, rimmel, pintalabios, todas las penas
en una noche de alcohol que a pesar de todo terminó bailando. Y
bailamos.
Y
sólo me sale decir, cuando ya casi no tengo palabras, que la niña
que fui sigue en mí y quiere horas de recreo, de juego sin
preguntas, porque a los niños no les importa, ven, juega, y por
favor, todas las manos, todos los ojos, todas las pieles, ser más
pájaro, volar, dejar de mirar desde el odio, desaprender todo lo que
sobra y no hace falta, y gracias papa, por no decirme nunca nada
sobre mis vestidos.
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