Saturday, June 10, 2017

Voy a partirme las costillas, te las voy a echar al plato. Cómetelas, te estoy dando mi vida. Escapo por agujeros de gusano que me llevan a otras nubes, el infierno es este corazón suicida. Retales de caricias que se llevó el viento, soy Clark Gable en modo huída. Esperando al vendaval, a esa lluvia torrencial que enciende las aceras, soy desesperanza y mil latidos. Los perros hambrientos no eligen la comida, los ciegos no saben cuando hay que dar la luz. Y yo te sigo, estrella fugaz de agua marina, a donde sea que vueles cada noche, a donde sea que sueñes si es de día. Retengo en mis retinas el momento en el que fuiste océano, salvaje y libre como un ramillete de flores silvestres abriéndose paso hacia el oeste. No tenías balas, pero quisiste dispararme. Lo supe cuando te miré a los ojos. Me quedé quieta, como si mis pies se hubieran anclado para siempre ante tu rabia. No salí corriendo. Mi espalda era de tu puñal, mi frente de la lealtad más cara. Hubo un tiempo en el que creí que tal vez. Eso fue antes de que tu punzón me atravesara los cartílagos del alma. Sangrar es sólo demostrar que sigues vivo. Sangrar es un grito ahogado que nos dice que aún tenemos algo que perder. Y por eso luchamos. Respiré como si mis pulmones pudieran albergar toda una atmósfera, sequé la sal de mis ojeras, empecé a tejerme nuevas alas. Y volé como se vuela cuando tienes ocho años, pareciéndome a los águilas, inventando a Peter Pan.

Era todos los colores menos el tuyo. Estaba empezando a vivir.



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