Monday, October 23, 2017

IMPERFECTOS

Creo que éramos imperfectos el uno para el otro.
Y qué bonito.

Tú y tu manía de fumar a cada rato.
Yo y mi manía de fregarlo todo,
de lavarme 40 veces las manos.
A veces me mirabas raro,
como ese anochecer de agosto
mientras les daba patadas a las piedras del camino
y tú no lo entendías, y entonces las movías y me hacías la puñeta
pero te reías y hacías el tonto y me reía,
y eso sí que era perfecto.

Pero aún recuerdo ese atardecer de las afueras,
ese camino entre las hierbas,
el beso que te di
y tu mirada congelada antes de las palabras: no vale enamorarse, ¿eh?
No valía, ¿verdad?
Tú ya sabías que no sería.
Sabías que no sería suficiente para robarte el corazón y el aliento,
el alma y la vida.
Que yo no llegaría,
porque yo nunca llego.
Pero en vez de salir corriendo,
me quedé por cabezota,
me quedé con tus dictados y tus normas,
bajo tus condiciones,
sabiendo que tarde o temprano
mis alas se rebelarían a favor de mis latidos.

Hoy he caído al suelo,
y las alas se me han llenado de barro,
y tengo la cara sucia y veo el cielo borroso,
y soy solo sal y ganas de salir corriendo al regazo de mi madre,
a esconderme del mundo y sus maldades,
a ser niña otra vez, a ser desastre
que sólo a mi madre le dejo intentar ordenar,
ordenarme.

Yo, que no te pedía matrimonio, ni la palabra eternidad,
que te quería libre y tuyo,
pero que también me quería mía y especial,
me estoy cosiendo el corazón mientras se desangra.
Necesito contener como sea la hemorragia,
para tener sangre y luz y vida
para cualquier persona que llegue con intención de revolver y de quedarse.
Cualquier persona que ya no serás tú,
ahora que ya conocía todos tus recovecos de memoria.

Y yo, que quería ver mil películas contigo,
enseñarte mi calle y mis aceras,
a mis amigas sonriendo un día entre semana,
mi mar y todas y cada una de mis orillas.
Yo que quería darte el cielo y la luna y mis entrañas,
que quería construirte palacios y ventanas,
hacerte el amor y no la guerra,
darte la luz y con un cuchillito de luna lunera cortarte las penas.

Me voy.
Sin consuelo y con lo puesto,
sabiendo que me perderé todos tus amaneceres,
que será otra quien te dé los besos en la frente,
el sol y la galaxia, todo lo que le dejes.

Te vas.
Enfadado y congelado,
con todas las puertas cerradas,
sin cederme nunca el paso,
con tu razón y mi fracaso.

Al final,
nos dejamos pasar.
Pasamos.

Y estoy cansada y el universo es infinito y Einstein tenía razón.
Qué estúpido todo.

Pero cuando me duelen los pulmones no me permito quedarme.
Entre tu adiós y mi pelo nace un reguero de sangre.

Espero que nunca tengas que echarme de menos.



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