Poemas muertos a la luz de las cinco de la tarde, hay otoños que no caben en unas pupilas. Matices de melodías que suenan a nostalgia, que huelen a leña recién cortada, que saben a su colonia mezclada con sal. Hubo un tiempo en el que reí al filo de su nuca. No recuerdo haber besado un lugar tan especial.
En medio de esta avenida de rostros sin nombres, estoy intentando entender por qué mi pecho se estremece, por qué sentí ese escalofrío a una hora cualquiera de un día cualquiera. Por qué te miré y te sonreí. Y por qué sentí luego tanto miedo. Tanto, tantísimo, que el aliento se me congeló y no le supe poner nombre a mi suspiro.
Ayer la luna estaba llena y yo salí a verla. Como quien mira desde lejos al que llega sin prisa, la observé en su plenitud con el corazón temblando. Mis manos seguían vacías, mi sombra seguía a mis pasos, pero en mi cabeza, por un segundo, por un instante, por un latido, entraste tú. Sin llamar y de puntillas, como quien no quiere ser visto. Como quien no quiere ser visto pero encuentras in fraganti brillando más que ella. Dile, por favor, que no se enfade contigo. Que yo te he puesto ahí, sin previo aviso y de la peor manera. De la peor puta manera.
Si no vas a venir apágame estas ganas.
De ti.
De todo.
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