Y la folló como si en toda su vida solo hubiera existido su coño. Los puntos cardinales de su cuerpo bañados en sal, y sus párpados temblando al compás de los latidos de la locura más salvaje. Un gemido. Dos. Y el mundo se derrumba en un instante. La vida ardiendo en la yema de sus dedos, y no le digas que pare, y no le digas que pare. Al revés, es la única manera. No queda aire en los pulmones, no queda sangre en las heridas. Átomos de hielo enredados en la espina dorsal de todas las historias que nunca acabaron bien. Cierra los ojos, respira. La curva de su ombligo no está señalizada, acabarás cayendo en el abismo. Miradas que tiritan a la luz de los miedos, y no hay forma de escapar de la paranoia. Un tiro más, un tiro más. Y todo explota cuando menos te lo esperas. La noche cae desnuda, el mundo parece detenerse por un momento. Y entonces la folla con toda la rabia de saber que sólo quiere su coño para toda la eternidad. Aunque la eternidad, a veces, sólo dure un segundo.
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