Friday, June 24, 2016

planté canciones en la curva de su ombligo y le llené la vida de margaritas para que siempre le supiera a primavera. hice magia con las ruinas que quedaron de todos sus desastres anteriores, convertí en estrellas los putos asteroides. la hice reír. entendí que su corazón estaba lleno de grietas, y en vez de intentar taparlas con yeso, acaricié cada borde, reconocí cada muesca, aprendí a quererlas. no la intenté cambiar ni una sola vez, y sí, ella se dio cuenta. se dio cuenta de que mis ojos brillaban cada vez que ella aparecía, y que mis manos hace tiempo que habían dejado de ser mías. intentó bajar la guardia, levantar las persianas, aparcar antiguos miedos que no la dejaban salir a volar. se intentó deshacer de esa segunda piel que la aprisionaba, que la encarcelaba, que la mataba lentamente. y yo la vi, la vi salir de aquel laberinto, la vi salir mirando al cielo, con la sonrisa temblando, rompiendo el cascarón, esperando algo que no sabía qué sería, cómo sería, pero con la certeza interna de saberlo mucho mejor que todo lo anterior. y cuando esa noche abrió sus alas y dejó que el pelo se le enredará de mariposas blancas, la vida no tuvo más remedio que hacerle una reverencia. yo noté como mi caja torácica se llenaba de ella y de repente no sabía dónde estaba el sur, dónde estaba el norte, todo el mundo era ella. ella y su pelo enmarañado, ella y esa tímida sonrisa que decía: estoy acojonada pero voy a saltar. y quizá durante toda mi vida había estado llegando tarde a todos los sitios y momentos que me habrían llevado a lugares y personas extraordinarias, pero créanme cuando les digo que una vez que mis manos conquistaron su espalda, un único pensamiento me invadía: aunque hubiera tenido que esperar veinte mil años, esto no me lo habría perdido por nada. ella era lo mejor que mis manos habían acariciado, lo mejor que mis ojos habían contemplado, lo mejor que jamás había amado. ella era toda la perfección imperfecta de un mundo de copos de nieve y dientes de león, un huracán salvaje que tarde o temprano tenía que salir de su madriguera, unos labios que jamás habían mordido una manzana, pero que aquella noche, aquella imborrable  noche, hicieron que en ese primer mordisco el tiempo se parara. fue más de lo que yo había podido llegar a soñar en una vida entera, y lo único que me propuse hacer desde aquel momento fue darle cada átomo de mí día tras día durante el resto de mi vida. sin ninguna condición, sin ninguna petición, sin ninguna firma. simple y llanamente porque así lo quería. simple y llanamente porque una vez que la besé el resto de mortales me parecían una tontería. algo sin sentido y sin rumbo, meros sujetos en un mundo que nos pertenecía, observadores de algo que nunca llegarían a entender del todo, porque ni yo misma lo entendía. una vez que mi lengua se enredó en su ombligo supe que no habría forma de escapar jamás. que tampoco me importaba. que me quedaría. que me quedaría para siempre entre su luz y sus lunares, nadando y buceando hasta que el mundo decidiera que ya habíamos tenido bastante. pero créanme, con ella, ni el más inmenso de los infinitos habría sido suficiente. así que les quité las pilas a todos los relojes, descolgué todos los calendarios, rompí todas las agendas, y simplemente, solamente, únicamente, empecé a quererla como si el mundo no se nos fuera a acabar nunca. y cuando ella me miró y me dijo "estás loca", yo me limite a contestar "loca estaría si no lo hiciera, si te dejara escapar cinco minutos antes, si te tuviera que compartir con julio y con agosto. loca estaría si no intentara con todas mis ganas que tu te murieras de ellas, vivir intentando hacer que cada día sólo quieras buscarme a mí. aunque no me encuentres."



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