Monday, September 17, 2012

Ahora soy mayor.


Supongo que hay cosas que cambian. Ya no soy pequeña, ahora soy mayor. Ya no como caramelos que se me habían caído al suelo, y me los metía a la boca creyendo que con soplar un poco y restregarles una mano más sucia que el suelo ya los había dejado limpios, y era seguro comerlos. No, absolutamente ahora no hago eso. Ya no corro porque sí. Por el simple placer de correr. Contra mis amigos, o contra mi misma. Ahora sólo corro cuando el bus se me escapa en mi cara. La mayoría de las veces sé que será inútil correr, pero lo hago igual. Al menos así me quedo con el sentimiento de que lo he intentado, y puedo echarle la culpa al busero por no esperar 10 segundos más. Sabiendo, en mi fuero interno, que la culpa es mía por no haber salido de casa 10 segundos antes. Sí ahora sólo corro para coger el autobús, el tren... o llegar la primera a la cola de no sé que cosa, para esperar menos. Ya no juego al bote. Definitivamente no. El único uso que le veo a un bote de tomate vació es... Bueno, no le veo ningún uso, y termina siempre en la basura. Ya no les toco el timbre a mis amigas. O ellas a mí. No, ya no quedamos así. Nadie me dice, ¿bajas? Y yo bajo corriendo. Ahora quedamos vía internet, vía movil. Y ya está. Desde luego, esto es algo que ha perdido su encanto. Me gustaba más como antes. Era más divertido, más inesperado, más genial. Ya no retraso el reloj para llegar más tarde a casa. De pequeña creía que así conseguía engañar a mi madre, pero ella se las sabía todas. Aún así nunca me daba por vencida... porque oye, unos minutos más jugando con tu panda, son unos minutos más de felicidad. Y merecía la pena luchar por ellos. Ya no salto vallas. No ando corriendo por campas. No me escapo de perros rabiosos. No sueño con hacer cabañas. No dibujo con tiza en el suelo. No juego a la comba, ni a la goma. El escondite es cosa de antaño. Y todos los demás juegos increíbles, en los que mientras jugabas el tiempo parecía no existir, ya no están dentro de la orden del día. No, ya no están. Y es que ya no soy pequeña. Ahora soy mayor.

Soy mayor y todo ha cambiado. Todo es un poco peor. Y a veces, un poco mejor también. Todo depende del día. De la gente. De mi. Del momento. Ha cambiado mi forma de hablar, de expresarme. Mi forma de vestir. Mi forma de pensar y de actuar. Mi forma de estudiar. Mi forma de sentir. Han cambiado los juegos. Y los compañeros de juegos. Han cambiado los sitios. Los lugares donde pasar el rato. Ya no ando en mi patio. En mi calle. Ahora me expando mucho más allá. Más lejos de mi barrio. Ha cambiado prácticamente todo. Porque ahora soy mayor. Pero el balón me sigue gustando igual. Pero la lluvia me sigue pareciendo algo fascinante. Todavía me gusta nadar. El mar sigue siendo esa cosa azul enorme que nunca me cansaría de mirar. A veces me sigo parando a ver que formas cogen las nubes. Y es super divertido. Todavía desayuno cereales. Y creo que lo haré siempre. Todavía sueño de igual manera. Igual que cuando era pequeña. Sueño con lo que me gusta. Con lo que quiero ser. Y hacer. Y cuando sueño soy la misma niña que fui. La misma ilusa de siempre. La que se imagina que todo es posible. Es verdad que ya no salto de aquel banco intentando echar a volar, antes de que la gravedad me dibujara un gesto de desilusión enorme en la cara. Pero sigo soñando con volar de otra manera. Y me encanta. Y es que si. Casi todo cambia. Es inevitable. La vida es así, hay que aceptarlo. La vida es cambio. Es crecer sin darse cuenta. Es seguir un camino que va cambiando de paisaje y de colores. Si, la vida es eso, un cambio continuo en todos o casi todos los sentidos.

Pero me sigo llamando Mikele. Y cuando me encuentro con la niña que fui, veo que hay cosas que nunca han cambiado. Y me tranquiliza saber que hay cosas que siempre serán constantes.


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