La vida en blanco y negro
y yo volviendo a tiritar.
Estoy a punto de vomitar
todos mis puntos débiles.
Ya no sé recomponerme.
Camino sin saber qué dirección
es la menos mala.
Ya que todas
al final
me conducen al desastre,
al menos que sea
lo más llevadero posible.
Y ojalá.
No me da miedo pincharme y sangrar,
no me da miedo
cagarla.
Soy tan kamikaze
que a veces pienso
si no estaré loca de verdad.
Quién sabe,
todo es tan relativo.
La subjetividad
acecha por cada esquina
y las verdades absolutas
murieron el día
que Cristo resucitó.
¿O no?
Este eterno sin sentido
lleno de mierda
y de basura
me hace tener envidia de las ratas.
Y eso sí es preocupante.
Me calzo mis pecados
todas las mañanas
y ando por la ciudad
con el peso de mis propias
decisiones mal tomadas.
Las consecuencias no te
abandonan en toda
tu puta vida.
¿Como escapo de mi misma?
Y aun y todo pretendo encontrar
un poco de color debajo de alguna piedra,
un poco de esperanza
en los rayos de luz,
un poco de verdad
en los pasos de la gente.
Un poco de algo que no sé
que es,
un poco de algo
que me ayude a creer.
¿Pero qué coño digo?
Soy una niña perdida,
una ilusa total
que todavía espera
un puto milagro
que nos devuelva la fe.
La fe en algo que ni siquiera
sabemos qué es,
pero que intuimos
esencial
para el corazón humano.
Y yo,
que siempre fui atea,
me veo clamándole al cielo
algo que me pueda hacer
volver a creer que volver a creer es posible.
(Y una mierda.
Nunca nada dura suficiente.)
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