Me he despertado con ganas de no follar y no me extraña. Mi cuerpo está en decadencia. El frío se me mete por todos los rincones, y cada día pierdo un poco más de peso. Pero como le digo siempre a mi padre, soy una chica del norte, soy fuerte. Y él sabe que sí. Viejos miedos intentando ponerse a bailar conmigo, les digo que no, que yo bailo sola. Que se lo pregunten si no a mi mejor amigo, siempre que bailamos le piso los pies. Dice que soy muy patosa. Y sí, realmente lo soy. Por eso me pongo a bailar descalza, sangrando mierda y dudas, pasando de largo cuando vienen a por mí, dejándolos otra vez debajo de la cama. Que se queden ahí, a este lado de la vida no hay sitio para ambos. O ellos o yo. La guerra constante entre mi corazón y mi cabeza parece que se queda en standby. Me dicen que no pueden más, que ya vale de chorradas. Y me cago en todo, qué razón tienen. Lo jodido de la distancia intermitente, esas sonrisas están demasiado a tomar por culo. Y yo aquí volviéndome loca. Menos mal que está él. Menos mal que su risa. Menos mal que la vida a veces te dice: eh, toma este pedazo de chocolate, te lo mereces.
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