Perdóname por esto, pero yo no sé mentir. Sigo sin darle al play porque no soporto el sonido de tu voz. Era demasiado perfecto. Sigo sin darle al play aunque me muero de ganas, aunque mataría sólo por volver a escuchar alguna de tus sílabas. Sigo sin darle al puto play. La vida se tiñó de rojo sangre y alguien bajó todas las persianas. Y desde ese día. Sigo, sigo sin pronunciar tu nombre. Ni una puta vez, en ninguna de las 24 horas de ninguno de los 7 días de la semana. Y así hasta el infinito. Si lo digo me muero. Si lo oigo me mato. Sigo haciendo como si nada, como si no me importara, como si la vida ya estuviera forrada de algodones de azúcar y galletas de chocolate. Y qué mentira. A mí que nunca me gustó mentir. Pero la utilizo de refugio porque si salgo ahí fuera no sé si podré sobrevivir. Si grito que sí, que sí, joder. Si lo digo en voz alta.Y sigo, sigo sin mirar ciertas cosas, sin hacer caso a ciertas señales, sin pensar en ciertas palabras, porque sé que todo me llevará a ti. Y no me da la gana. Porque quizá otra vez. ¿Y entonces hasta cuando? Por eso hago como que ya no existes, como que el mundo te tragó aquel día de verano, como si te hubieras convertido en polvo, en aire, como si te hubieras esfumado. Y a pesar de todo sigo. Sigo sin entender qué me paso contigo. Lo único que siempre tuve claro, es que fuera lo que fuera, no quería que dejara de pasarme. El día que dejamos de pulsar esos botones una parte de mí se quedó donde sea que estuvieras tú. Y para siempre.
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