Tuesday, January 5, 2016

Llegué tarde, y cuando entré todo estaba hecho un desastre. Había como siete ceniceros llenos esparcidos por toda la habitación, parecía que el cuarto no se había ventilado en semanas, encontrabas bolsas de patatas vacías por todas partes, un rincón en el que había ropa rota, discos aniquilados por el suelo, hojas arrancadas de cuadernos y de libros, fotos tiradas por doquier, un chándal y una sudadera encima de la silla, un escritorio que había dejado de serlo, mecheros, latas de cerveza, folletos de restaurantes de comida china y de Telepizza, trozos de poemas escritos en post-its que estaban aleatoriamente pegados a las paredes, un bote de pintura verde debajo de la ventana, brochas y pinceles y cinta adhesiva, una maquinilla de afeitar encima de la cama, botes y botes de pintauñas encima de la mesilla, algunas películas en DVD y un peluche gigante lleno de manchas negras a los pies de la cama y en la pizarra de la nevera ponía:' love till it hurts, and then fuck off.' Charlie miró a J, que estaba sentada en el suelo, en el otro lado de la habitación fumándose un piti mientras miraba fijamente a la ventana.

- ¿Pero qué coño ha pasado aquí?
- Es Sam. Le han roto el corazón.
- Sí, me lo imaginaba.

Se acercó lentamente al bulto que había en el extremo más alejado de la cama, justo pegado a la pared, envuelto en una manta de color burdeos. Aquella bola era Sam, y sabía que no querría salir, y él no iba a obligarla. Se sentó con las piernas encima de la cama, mirando al bulto que sabía era su amiga y se quedo callado durante largo rato. Luego poco a poco se acercó y lo abrazó desde atrás, apretándose fuerte. Sam reaccionó al contacto y se acercó más a él. Se quedaron así durante unos 15 minutos. Nadie dijo nada. Aquel desastre se sumió en el silencio más absoluto, en el que sólo el compás de los pulmones al respirar dejaba claro que todavía allí dentro había vida.

- Menos mal que has venido. - Dijo entonces Sam con un hilo de voz. - Estaba a punto de volverme loca.
- Tranquila. Tienes todo el derecho del mundo de volverte loca si quieres. Yo estaré aquí cuando decidas volver.

Sacó una parte de la cabeza de debajo de la manta, dejando ver sus ojos, y le miró:

- Prométeme una cosa.
- Lo que quieras.
- En la puta vida seas como él.

Él la miró e intentó sonreír, pero no le salía la sonrisa. Los ojos de Sam estaban tan apagados que por un momento creyó que ella ya no estaba allí, que se había ido, que la había perdido. No tenían brillo, no tenían esa curiosidad y alegría locas que solían tener. Eran un eco, un tronco de árbol seco, pétalos de flor por el suelo. Eran vacío. Tragó saliva y habló:

- Te lo prometo.
- Bien. Nunca rompas esa promesa. Ahora dile a J que puede irse. Coge el peluche y túmbate aquí con nosotros. Y no te vayas aunque me duerma. Sólo quédate. No tienes que hablar, no tienes que hacer nada. Sólo quédate. No te vayas.
- No, no me iré.
- ¿Nunca?
- Nunca.

Sam le volvió a mirar con los mismos ojos tristes y marchitos, como si mil siglos de desgracias hubieran vivido dentro de ellos.

- ¿Sabes una cosa?
- Dime.
- Lo peor de que te rompan el corazón es darte cuenta de que lo tenías, y de que ya jamás va a volver a ser igual.

Quiso decirle algo pero no tenía las palabras. Se quedó callado esperando a ver si ella decía algo más.

- No tenía ni idea de que dolía así.
- ¿Así cómo?
- Como si de verdad te hubieran metido la mano dentro del pecho, te hubieran sacado el corazón y te lo hubieran partido en un millón de cachos con un jodido martillo. Pensaba que lo que contaban las canciones era mentira.
- ¿Por eso has roto los discos?
- No.
- ¿Entonces por qué?
- Porque ahora él es todas las canciones. Y no me da la gana.

Se dio la vuelta y se tapó hasta arriba con la manta. Él se quedó mirando un largo rato el bulto que se suponía era su cabeza. Luego se tumbó muy cerca de ella y cerró los ojos. Tenía razón, era como si te metieran la mano dentro del pecho, te sacaran el corazón y te lo partieran en un millón de cachos con un jodido martillo. Joder, ella siempre tenía las palabras. Incluso cuando todo su mundo se reducía a ese desastre. Y mientras notaba el calor del cuerpo de Sam y como su respiración se calmaba poco a poco, sintió que los cachos de su propio corazón se recomponían un poquito.




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