Se van y vuelve el frío. Mi alma se congela y se me olvida sonreír. Mis pulmones hechos mierda y la vida llena de margaritas negras. A veces es así. Sí, a veces es así, a veces duele. A veces los vértices se te llenan de plomo y todos los sueños se te oxidan en las manos. A veces no hay manera. Estoy tarareando canciones que saben a tristeza, desde aquí me duelen los kilómetros. Todos esos abrazos que no doy, que se quedarán sin dar. Igual que todos esos besos que te debí y nunca te cobraste. Aprendí a vivir con las distancias, a estar a no sé cuántas canciones de mis corazones favoritos. Aprendí a mirar desde otras ventanas, a salir a la calle sabiendo que no olería a casa. Aprendí a sentir en diferido, a hablar a través de pantallas, a estar siempre en otras coordenadas. a veces, a veces no hay manera. No hay manera de no sentir que se me parten las costillas, que se me rompen las sonrisas. No hay manera de no sentir que la vida es mucho menos azúcar cuando todas esas melodías que me sé de memoria no están rondando cerca. Y los pulmones se me llenan de escarcha cada vez que los abrazos se terminan, cada vez que cogen el tren, el avión, el autobús... cada vez que yo me quedo. Pero no es tan grave, las poetas nos llevamos bien con la tristeza, empezamos a brillar las noches de nostalgia y tinta negra, como si sólo supiéramos andar bajo el fulgor de esos recuerdos. Como si sólo supiéramos cantar con las luces apagadas.
Otra vez esa canción. Mierda.
Otra vez esa canción. Mierda.
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