Tenía los ojos color canela
La mirada de un perro salvaje
Jamás vestía corbata ni traje
Y cada dos no soplaba las velas
Cosía su dolor entre las telas
La tormenta le servía de anclaje
Cuando el blanco alumbraba el paisaje
Todavía miraba las esquelas
Un día no lloró pero lloraba
Por rabia, por pesar, y por costumbre
Le dolía pero no lo contaba
Sentado junto a la luz de la lumbre
Como frágil, fuga ruina romana
Hoy todavía, a veces, se hunde.
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