Tuesday, March 19, 2013

Sabía que el dolor no iba a disminuir. Sabía que no había punto en el espacio-tiempo donde fuera a doler menos. Simplemente aquello no entraba dentro del plan. Era un dolor intrínseco. Desde aquel domingo, hasta el último segundo, iba a ser así. Y no había forma de escapar. El tiempo entumecía. Eso era todo. El tiempo lo dejaba en stand-by por algunas horas, por algunos días tal vez. El tiempo solo lo dormía. Pero el dolor seguía allí. Justo en medio. Sin moverse. Sin inmutarse ante nada. Y no habría manera de quitarlo, de arrancarlo jamás de allí. Ni tampoco es que quisiera hacerlo. Era un dolor que llevaba a sabiendas de que también era un amor que llevaba. Dos caras de la misma moneda. Amor y dolor, dolor y amor. Sentimientos que siempre van de la mano. O casi siempre. Y no puedes separarlos. Y sabía que cuanto más le dolía, más amor sentía. Y por eso podía soportarlo. Porque detrás de la lágrima siempre venía la sonrisa. Sino no hubiera podido. Porque era demasiado grande, demasiado inmenso. Y era una cicatriz abierta. Siempre abierta. Un capítulo sin cerrar. Ese paso que no dio, esa voz que no salió. Se quedó quieta. Y nunca quiso más poder retroceder las manecillas del reloj, sólo para cambiar ese momento, y lo que no hizo. Lo que dejó de decir, lo que dejó de hacer, lo que dejó de luchar. Nunca se arrepintió más de nada. Nunca nada la partió tanto en dos. Nunca nada la destrozó tanto por dentro. Dejándola rota para el resto de su vida. Nunca nada. Ningún chico, por muy hijo de puta o cabrón que fuera podría nunca hacerle tanto daño. Ninguna chica, por muy zorra y cruel que fuera podría nunca hacerle tanto daño. Probablemente ningún ser humano podría hacerle nunca tanto daño. Cómo esa ausencia. Nada fue nunca tan jodidamente desgarrador en su vida, nada tan insalvable, tan insuperable, tan insoportable. Las ganas que tiene todos los días de ver esa carita. Las ganas que tiene todos los días de volver a abrazarla. Se hunden en el pecho porque no encuentran alivio. No hay nada que pueda curarla. Nada que pueda devolverle la calma que se escapó aquella tarde por la puerta. Para no volver jamás, para no volver jamás joder. Y es que no le hubiera importado, pasar penas y penurias debajo de cualquier puente del mundo con ella a su lado. Se sentía tan invencible, tan libre, tan feliz, tan llena de todo lo bueno, que ese sentimiento era indestructible. Y el amor, joder ese amor es indestructible. Ahora y siempre. Es para siempre. Y cuando el amor la desborda, y el dolor se despierta, como ahora, le vuelve a doler en ese punto concreto, en mitad del pecho. Y luego por todo el cuerpo, por todo el alma. No hay rincón en que no duela. No hay lugar donde no duela. No hay momento, ni segundo donde no duela. No existe.

Y en tercera persona intento que duela menos. Pero nunca deja de doler.

Y no quiero disimular. Intentar parecer fuerte. Y no quiero mentir y decir que estoy bien, que ya lo superé. Y no quiero dejar de serle fiel jamás. Siempre será constante. Siempre seré constante. Siempre seremos constantes.

Tan grande como el universo el dolor. Tan grande como el universo el amor. No hay límite posible. Y cada gota que sangre será para ella. Y cada punto de tinta será para ella. Y cada lágrima será para ella. Y todas mis sonrisas serán para ella. Siempre para ella.

Ella es mi amor eterno, mi dolor eterno.

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