Monday, July 17, 2017

Sabíamos bailar con los ojos cerrados, jugábamos con el mar al escondite, strawberry fields forever, y nuestras sonrisas retando a la gravedad y a los cerrojos. Estábamos siendo todo lo que quisimos ser y no pudimos, todo lo que llevábamos guardado debajo de la piel salió a volar con los alcones. Volvimos a imaginar. Entendimos el significado de las sonrisas diferentes, de los gestos de ternura de un desconocido, de la grandeza que se esconde bajo caparazones fríos, de lo bonito que es ver a alguien desvistiéndose los miedos. Aprendimos a vivir con lo puesto y con las ganas, con las rodillas echas trizas y el corazón sangrando. Nos quedamos donde siempre, yo apreté los dientes. Entre estrellas y farolas y noches con balones una parte de mí buscaba otra cosa.

Aquello no era California. Ninguna de esas películas que vimos, ninguna de las aventuras salvajes que soñamos, ninguno de esos besos que queríamos robar, que nos robaran. No eran atardeceres a la orilla del Pacífico, west coast dreams, y todos los poemas que leí que me hicieron imaginar que aquellas calles sí eran distintas. Pero no pude volar. Sigo anclada al viejo continente con los ojos llenos de lunas, llenos de palmeras que bailan con el viento, llenos de librerías donde poder comprar un poco más de droga, de locura. Quizá sólo sea mi sitio feliz, aquel al que escapo cuando todo alrededor se desmorona y apesta. O quizá sólo sea yo soñando. Soñando que algún día me va a tocar a mí.

No me quites nunca el mar. Llénalo todo de palmeras.


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