Sunday, July 9, 2017

era la calle de los cerezos, también la de los balcones y la de los sueños rotos. aires de melancolía y llanto recorrían las baldosas que pisábamos. aprendimos a llorar en el asfalto. no quise decírtelo. no sentí el arrojo, la osadía. pero si sirve de algo puedo jurarte ante todos esos dioses en los que ellos si creen que jamás vi un espectáculo tan devastador como tus ojos sonriendo. me callé. no tuve fuerzas de gritárselo al viento. te vi irte del mismo modo en que viniste, de repente y sin avisos, apareciendo de la nada para poner la tierra del revés, bajar la luna del cielo. tus ojos negros, tu pelo negro, tu ropa negra, y toda mi vida concentrada en un segundo en el que todo se redujo a un titubeo, a un instante en la orilla del tiempo en el que dejé de ser yo para intentar ser todo lo que tú necesitaras que fuera. y entonces el aire se vistió de negro. te entregué un pedazo de mí cuando te puse a Holden en las manos, y no fui capaz de sostenerte la mirada. fueron algo más de veinte minutos, 1200 desastrosos segundos. perdí el sentido, las razones, y toda la fuerza que un día planté al oeste de mi espalda. salí de esa calle de Madrid poéticamente destrozada. Sevilla me volvió a recibir con ojos llenos de sol y sus naranjas, pero yo no quería bailar, yo no quería bailar, yo ya no bailaba. entraste en cada átomo, me devoraste el alma, hiciste que cayera con todo lo que un día creí que valía la pena sujetar entre mis manos. lo tiré todo a las alcantarillas y me puse a escribir los versos más tristes de esa noche. de todas las noches. y siempre salía tu nombre, como si ya no existieran más corazones capaces de hacerme temblar, capaces de hacerme querer arrancarme las entrañas, capaces de hacerme llorar tantos océanos. te juro que no sé decirte qué es el amor con palabras, mucho menos sé pintarlo, mucho menos atraparlo, pero mis pulmones no podían, pero mis ojos se hundían, pero mis lágrimas dolían, y yo nada sabía. no sabía que el día que te vi mi corazón le entregó las armas al tuyo. mientras bajaba las manos y sacaba mi bandera manchada de carmín, me disparaste en mitad del miocardio, sin piedad y sin calor, sin una gota de clemencia.

mil lunas llenas a tu vera, habría pasado.
ahora ni siquiera sé si sigues vivo.

pero espero que en cada latido encuentres otro motivo para ser mejor de lo que fuiste. que lo seas.




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