Tuesday, November 7, 2017

El planeta sigue girando a la misma velocidad mientras en mi corazón se forma la Tercera. Guerra, digo. No sé cuantos mil soldados alrededor del mismo blanco. 3,2,1 fuego. Todo es sangre y desgracia. Tragedia programada. Lo sabíamos. Ya lo sabíamos. Caímos en paracaídas en mitad de unas coordenadas sin nombre y esperamos poder confundir al enemigo. Pero eso hicimos, sólo esperamos. Y a veces, no hay escudos, no hay corazas, no hay alambres de espino suficientemente fuertes para contener la ira de unos tanques que siempre fueron demasiado libres, demasiado ellos. Qué se hace, cuando ya tenías las manos vacías pero ahora además las tienes llenas de agujeros, cuando todo tu cuerpo parece territorio conquistado, cuando sientes que no eres, que no te perteneces, pero tienes que seguir en la trinchera porque se lo prometiste a la luna aquella vez que ya te dejaron sin sangre, porque se lo prometiste a esa parte de ti que ya no sabes si existe pero que esperas que siga respirando en alguna puta parte. Qué se hace, cuando todo sabe demasiado a vacíos a los que no quiero poner nombre, a agujeros negros que no quiero asemejar a tragedias tan grandiosas que no caben en mis labios. No seré yo la que compare la guerra con un corazón sangrando, pero quizá sí sea algo parecido a eso, algo parecido a terminar atravesado y magullado, derrotado, rendido, tendido en el barro, en medio de un país que no es el tuyo, rodeado de personas que no te pueden ayudar porque también se están muriendo. Es lo que tiene hacerse mayor, los corazones se rompen. Yo que siempre me rompía los pantalones a la altura de las rodillas y mi madre me ponía petachos cuando todavía eran salvables, sonrío ante la niña que fui: ojalá pudiera seguir rompiendo sólo pantalones, ojalá no se me rompiera nada más. Pero me rompo. Me sigo rompiendo. Y ojalá mi madre supiera poner petachos en las costuras del corazón, ojalá supiera remendarlo. Pero estoy sola con mi agujero y mi tristeza, con este devastador desierto después de la artillería, con este océano de sal y de tortura. Estoy sola y soy soldado que sabía que iba a una guerra perdida pero que quiso luchar por sus ancianos, que quiso luchar por sus mujeres, que quiso luchar por sus hermanos. Que quiso luchar porque sabía que en la lucha y sólo en la lucha yacía la libertad y que por ella lo haría. Lo curioso de todo esto es que yo ni siquiera luchaba por mí. Luchaba por ti. Y en el camino de perderte, he interpretado mal los mapas, la brújula ya no apuntaba, caí en fuegos enemigos y llena de mierda y de suspiros también me he perdido. Y qué se hace, joder, qué se hace, cuando te pierdes a ti misma y ya no sabes resistir.


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