Me das la vida y me la quitas en la misma bocanada.
Me miras con ojos que miran sin ver,
y yo caigo muerta.
No hay tormenta que pueda
llevarse este desastre.
Tirada en la cuneta
deshojando margaritas
que me dicen que estás pensando en ella,
con el pelo despeinado
y el rimmel corrido
hasta la última frontera.
No tengo voz,
no tengo voto.
Hoy ni siquiera tengo ganas de bailar,
y eso en mí es un síntoma grave.
El corazón me late a contratiempo,
incapaz de seguir el ritmo
que marca
tu forma de matarme sin apenas darte cuenta.
No sé en qué día vivo y me la suda.
Apaga las luces,
se ha acabado la función.
Ahora hay que cambiar de escenario,
de actores,
de guión.
Hay que empezar otra película.
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