Todavía no he tirado la toalla y eso que hace tiempo que sonó la campana. Me quedé en el ring, con cara de idiota y la mirada perdida, esperando a que tú llegaras a sacarme de ahí, a decirme 'venga, vámonos' mientras me cogías de la mano. Me cago en todo pero que gilipollas soy. Como si tu fueras a hacer algo así, como si tu estuvieras pensando en salir a correrte conmigo. Qué absurdo resulta todo, qué fútil. A veces parece que nos gusta crearnos espejismos, camuflar la realidad detrás de un espejo que sólo refleja lo que queremos ver, escondiendo el resto, como si al esconderlo dejara de existir, como si por no verlo fuera menos verdad. Que ironía. La vida a veces te lo pone difícil, como si estuviera diciéndote: a ver si puedes con esto, inténtalo. Y tú lo intentas. Y qué jodido es cuando te la suda. Cuando estás dispuesta a perder con todo, como si el universo se concentrara en esa milésima de segundo en la que todavía no has levantado la tapa de la caja para ver si el gato está vivo o muerto. Con qué descaro se te ríe entonces el lado malo a la cara, con qué puto descaro. Congelada en ese instante en el que todo cae a cámara lenta, pedazos de tu alma se fragmentan, y ya no quedan sonrisas que fingir. A la mierda. Pero no quiero moverme, quiero quedarme aquí. Asimilar la derrota, masticarla, observar la sangre seca del suelo, y mirar al cielo implorando calma. Como si todavía pudiese conseguir un pedazo de cielo, como si todavía pudiese sentir que todavía. Has sido el mejor combate que he luchado en toda mi puta vida. Y aunque volviese a perderlo un millón de veces, volvería a desnudarme el alma, volvería a arder en llamas, volvería a destruirme. Sin paracaídas ni red de seguridad. Llena de dudas, llena de ganas. Sólo porque tal vez, al intento un millón y uno, tú estarías dispuesto a subir un poco la persiana.
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