Tuesday, October 15, 2013

No me gusta cuando huele raro. Como ayer cuando subía en el ascensor y olía como a algo químico-tóxico-veneno. Soy muy sensible a los olores. Me gusta cuando huele a lluvia, a tierra mojada, a leche con cola-cao, a mandarinas, a mar, a primavera, a madera, a rotulador, a ropa recién planchada, a casa. Y no me gusta cuando huele a pintura, a barniz, a disolvente, a gasolina, a coche, a alcantarilla, a champiñones, a coliflor cociéndose. Lo que mola ponerse un jersey que huele al suavizante de tu casa. O salir después de que haya llovido y respirar el olor a tierra mojada. Si, eso mola mucho. No me gusta meterme a la cama con los pies fríos. Por mucho que los mueva no se calientan. Y luego tienes todo el cuerpo calentito pero los pies no, y con eso ya se jode todo el asunto. No me puedo dormir, no puedo pensar, no puedo nada. Cuando me pasa eso, que no sé porque me pasa, igual tendré mal la circulación, los meto en la ducha con agua hirviendo. Y ya se me pasa. Porque tampoco me gusta nada meterme con los calcetines en la cama. Eso nunca es una opción. No me gusta salir de la ducha y que de repente el polo norte haya invadido mi baño. Ni tampoco salir a la calle, respirar, y que salga vaho de mi boca. Y no me gusta nada que se me enfríe la punta de la nariz. Se pone roja y queda feo. Y además no hay gorros para la nariz. No me gusta ir andando por la calle y resbalarme todo el rato y parecer un pato. La gente me mira raro, y lo paso mal. Por eso hay que elegir bien el calzado. Es más importante de lo que parece. Y no me gusta nada correr cuando llueve o ha llovido y está el suelo mojado, porque siempre tengo la sensación de que me voy a meter una hostia importante, y lo paso mal, sobre todo si llego tarde al bus, y tengo que correr como si ni hubiera mañana. No me gusta el hielo. Por debajo de cero grados el agua deja de molar. Es duro, demasiado frío, y hace daño. En el suelo hace que te caigas, si te lo tiran jode que te cagas, y si lo intentas morder te duelen los dientes y las encías. En general, el hielo para mí es algo prescindible. No me gustan los autobuses en general, y el 2314 y el Pesa en particular. El 2314 porque siempre va lleno, no te puedes sentar, y cuando no vas sentada, corres un gran riesgo de caerte porque conducen fatal los conductores. El Pesa, porque siempre está el aire acondicionado puesto, y joder, me congelo. Porque no hay espacio para las piernas, y no puedes echar para atrás el asiento porque sino molestas al que va sentado detrás de ti. Y sobre todo porque según quien te toca al lado, invade tu espacio vital, porque los asientos están mega juntos, y eso me estresa mucho mucho mucho. Ah, y tampoco me gusta como huelen. No me gustan los domingos. Son un día de transición, totalmente carentes de interés, tediosos. No me gustan los pijamas con botones. Si te pones boca abajo se te clavan y es incomodísimo. No me gusta que la gente silve en casa. Me pone nerviosa. No me gusta salir a la calle y que haga un sol de cojones, y de repente luego ya no. No me gusta abrir el armario de los cereales y ver que no quedan cereales. O chocolate. No, eso no me gusta nada. No me gusta pensar que ya es miércoles, y que en realidad sea martes. El horario me vuelve loca. No me gusta que se escuche el tic-tac de los relojes. Me vuelve majara. Mi aita me compró uno que se supone que no hacía ruido porque iba todo como continuo ¿no? no en plan a golpes, el segundero digo, pero total que el mecanismo interno hacia ruido y lo tenía que meter en un cajón, y pues vaya chufa. No me gusta el atún. No el que viene en latas lleno de aceite pringoso. Me gusta el fresco, hacerlo en la sartén, y echarle mayonesa. O no. Y también mola con tomate. Pero las latas esas, son un puto fraude. La sopa de pescado me parece uno de los platos más asquerosos que existe. Y que no me engañen, aunque digan que es un manjar, en realidad saben que no. O eso, o están todos locos. El bacalao lejos. Y por favor, nada de ojos, sesos y esas movidas. Eso no es comida ¿e? Que no nos engañen. No me gustan las alturas. Me mareo y me siento super frágil, y siento que en cualquier momento me voy a caer. No me gustan las atracciones, ni los toboganes grandes, ni nada de esas cosas. Es triste, pero es así. Que no me den la lata. No me gusta volar. No entiendo como esos aviones se mantienen en el aire. Subir en un avión es algo que me supera. Sólo he subido dos veces en la vida, y he flipado de lo mal que lo he pasado. Al principio. Luego me gustaba mirar por la ventana. A veces no me entiendo. Pero la sensación es realmente claustrofóbica. Pensar que si quieres bajarte no puedes porque estás rodeada de kilómetros de aire, y debajo la tierra, a una distancia letal. Es cómo para marearse. Pero el invento mola, todo hay que decirlo. No me gusta esta ciudad. Ni el gris de las paredes y las aceras. No me gusta cuando no hay colores, cuando el mundo deja de sonreír. No me gusta cuando no oigo esas canciones. Y no me gusta alejarme de su voz. No me gusta que se me escapen las horas, no saber nada de él, tenerles tan lejos. No tenerla a ella aquí, conmigo, en todos lo segundos. No me gustan las mentiras, los juegos sucios, las malas maneras. No me gusta la gente no real, los que están por interés, los que no se quedan en los malos tiempos. No me gusta cuando él me chilla o se medio enfada conmigo. Lo paso realmente mal. No me gusta estar mucho tiempo lejos de ellas porque entonces todo me cuesta un poco más. No me gusta verlas llorar, ni ver que sufren y no ser capaz de llevarme su dolor. No me gusta mirar por la ventana y no ver los campos verdes. Esos que siempre echo de menos. No me gusta no ser capaz de hacerlo. Quedarme quieta, no romperlo.




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