Thursday, October 24, 2013

 ¿Qué tiene ella que no tenga yo? Pensé. Pero luego la miré. Y lo entendí. Comprendí por qué él estuvo dispuesto a quemarse por ella en el momento en que le dio dos besos y ella le dijo su nombre. Era inevitable.
Para empezar su piel tenía el color del chocolate. La tentación de acariciarla era demasiado grande. Y eso era jodido. Yo siempre había sido adicta al chocolate. Y sí, eso era un problema. Tenía el pelo más negro que la pizarra más salvaje. Era como el cielo en esas noches cerradas en las que no hay luna y no se ve nada. Como la tinta de un calamar o un pulpo. Así de negro. Le llegaba hasta la cintura, y parecía una cascada cayendo lentamente. Y luego de repente ella lo movía suavemente con la mano, o una dulce ráfaga de viento lo acariciaba, y te quedabas como atontada, pensando en como coño era posible que su pelo fuera más bonito que la seda más cara del mundo, y el tuyo fuera un estropajo en mal estado. Pero así era. Y luego, tenía esos ojos, que bueno, que eran como un precipicio. Te miraba y te caías. No había más. Ni siquiera sé si eran negros, marrones o castaños. O una mezcla de todos ellos. Si les daba el sol se parecían al oro. Y cuando sonreía, se llenaban de un brillo que podía competir con el de la propia luna. Y ya está. Lo de su boca era otro asunto. Ni siquiera puedo describirla con claridad. Recuerdo que sus dientes eran jodidamente blancos. Desde luego no necesitaba ningún dentífrico blanqueador. Aquella vez llevaba los labios pintados de un rojo que parecía provenir del infierno, y que prometía llevar al cielo a cualquiera que los besara. Y supongo que ellos soñaban con morderlos. No sé qué tenía su sonrisa, pero te cautivaba. Irradiaba luz. Y el conjunto era un diseño perfecto. Si de verdad existía un creador, con ella había conseguido la obra de su vida. Una obra de arte, en efecto. Y así pasaba por la vida. Sonriendo, y con ese pelo, y esa forma de andar que tenía, y un cuerpo que era más sublime aún que cualquiera con las medidas perfectas. Y él, bueno él supongo que fliparía todo el rato. No es que él fuera feo ni nada por el estilo. A mi me gustaba, algo tendría ¿no? Pero ella le eclipsaba totalmente. Era demasiado bonita. No volví a hacerme nunca esa pregunta. Y entendí que nada se podía hacer contra una belleza tan sobrenatural. Y mira que nunca me gustaron las tías. Pero si hubiera sido tío, yo también me hubiera enamorado de ella. Y hubiera hecho todo lo posible porque fuera ella la que me echara la bronca por haber vuelto a llegar tarde. O por cualquier otra cosa. La hubiera querido cada segundo de mi vida. Y ni de coña la hubiera dejado escapar.

Creo que fue el único momento en el que cambie la pregunta en mi cabeza.

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