A mí lo que me jode es no tener con quien bajar al campo de fútbol de mi barrio a jugar a fútbol. Que aquellos regates sólo queden en mi recuerdo. Que no oiga ese sonido, cuando le das al balón con todo. No celebrar los goles haciendo el indio. No terminar sudando, sin aire, bebiendo de la fuente del patio. No sentir esa jodida felicidad. A mí lo que me jode es que ya sólo ande en bici cuando voy al pueblo. Y menos mal que al menos allí lo sigo haciendo. No tener tiempo para salir con mi hermano, como antes, cuando éramos más canijos, a andar en bici por los montes de mi pueblo y de los de al lado. Nunca nada me ha gustado más que andar en bici. No me bajaba del sillín. Recuerdo que llevaba detrás a todas mis amigas. Casi ninguna de ellas sabía llevar. Además aprendí a andar sin manos. Todavía ando así cuando voy al pueblo. Es una puta gozada. Aquella ostia que me di con ella detrás. Pensaba que íbamos a matarnos. En el último momento cerré los ojos y giré el manillar 180 grados. Nos caímos al suelo pero evité un final bastante peor. Todavía me acuerdo de cuanto picó cuando mi madre me echó alcohol en las heridas. Llevo las marcas orgullosa. A mi lo que me jode es haber dejado de recoger dientes de león. Los llamábamos abuelitos. Cogíamos un montón, en la campa de enfrente, y nos poníamos a soplar y a pedir deseos que no se cumplirían pero que tú pensabas que sí y entonces, en ese momento, eras la puta reina del mundo. A mí lo que me jode es no montarme en el columpio, con ella a mi lado, y cantar Camela como si no hubiera un mañana. Nos dejábamos la voz. Éramos unas enanas que soñaban con tocar el cielo de una patada. Y aquellas tardes eran interminables. Sigo montándome en todos los columpios de todos los parques que me voy encontrando, pero ya no canto. A veces, sobre todo si es de noche, sigo llegando hasta lo más arriba que puedo, y cuando me toca bajar sigo fingiendo que me voy a estrellar con la tierra. Son cosas de la niña que llevo dentro. A mí lo que me jode es haber dejado de jugar al bote, al escondite, a la gallinita ciega. A todos esos juegos que te hacían inmortal. El tiempo no existía, y todo se llenaba de algodones de azúcar. La dulzura de la vida rozándonos los párpados. Ya sabes, toda esa movida. A mí lo que me jode es tener ya 24 y darme cuenta de que en el estrés del día a día, en todo esto que se supone que tenemos que hacer porque ya somos mayores y la vida va así, se nos olviden esas pequeñas cosas que hacen de la vida algo jodidamente bestial. Me jode no sacar un rato para irme a leer a una campa verde, me jode no sacar un rato para irme a andar en bici con mi hermano, me jode no sacar un rato para ir a sacar fotos a las flores, me jode no sacar un rato para montarme en un columpio y sentir que soy niña otra vez, me jode no sacar un rato para darle al balón, me jode no sacar un rato para quedarme a mirar las nubes sacando mil imágenes distintas en mi cabeza, me jode no sacar un rato para coger a todas las colegas y irnos de campada por ahí a tomar por culo, a contar historias divertidas y a hacer un fuego y a cantar todas nuestras canciones favoritas. Me jode dejar que el tiempo se escurra entre mis dedos, mientras yo simplemente me quedo mirando.
Tengo que empezar a ordenar mis prioridades. Que la vida es una y pasa rápido. Y no hay tiempo para quedarse mirando. Hay que salir ahí fuera, hay que vivir.
Pues a mí, cuando he leído esto, ¿sabes lo que más me ha jodido? ¡Qué no te des cuenta que puedes sacar el tiempo para hacer todo eso! ¡Qué el tiempo es tuyo maldita sea y puedes hacer con él lo que te salga de los ovarios sin darle explicaciones a nadie, ostia! ¿Qué te crees que a tu hermano no le molaría salir contigo un finde con la bici sin un destino concreto? ¿Se lo has preguntado? ¿Por qué no les pones un wap a esas colegas y les dices: Oye os hace una acampada, por los viejos tiempos? ¡Inténtalo Mikele, ostia! El tiempo es tuyo, tienes todos esos ratos en tu mano, infinitas posibilidades para hacer lo que te de la gana. Coge el teléfono e inténtalo. Y cuando veas a tu hermano pues inténtalo también. Se te quedará mirando con cara extraña, pero después dirá: ¿Y por qué no? ¡Vamos ostia! ¡No esperes a llegar a la crisis de los 40 para darte cuenta del tiempo que has perdido y de los momentos que no viviste por no coger un puto teléfono! ¡Vamos!
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