Cuando estoy pequeñita,
frágil,
como hoy,
me da por leer a Pessoa.
Es el único
que me atraviesa
como cuchillos afilados
y me hace sangrar
de una manera
incontrolada.
Leerle
es saltar al vacío
sin la esperanza de que
alguien me recoja.
Es clavarme todas las espinas,
sentirlas,
palparlas.
Es conectar con
ese lado de mi alma
roto, dañado,
desgarrado.
Pessoa me descubre
la herida,
me la abre,
me la expone.
Por eso le leo.
Porque las heridas
hay que limpiarlas bien.
Hay que echarles alcohol,
desinfectarlas,
aliviarlas.
Es lo que consigue.
Llevarse todo lo malo
de golpe,
arrastrar todas las cenizas,
dejarme la carne
a flor de piel.
Y así,
la herida puede cicatrizar
mejor.
Me alivia el alma
con el dolor.
Es paradójico,
pero funciona.
Sumérgete en el dolor que necesites, pero cada día tienes que estar un poquito más arriba. Animo, Mikele...
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