Euskadi me recibe con lluvia,
por aquí nada cambia.
Las mismas nubes grises,
el mismo mar,
la misma lluvia horizontal.
Las mismas calles,
las mismas paradas,
los mismos recorridos.
Mi calle,
intacta,
como cuando tenía 7 años
y jugaba al balón.
El tercer piso,
mi tercer piso,
esperándome,
como siempre.
Ellos,
sonrientes,
sin mostrar ningún cambio
significativo
(aunque el pequeño
está un poco más delgado),
saludándome
mientras mi corazón se llena
de calor.
Y luego ellas.
¿Qué más le puedo pedir a la vida?
Hoy voy a poner la música a tope,
hoy voy a bailar hasta reventarme los pies.
Y que salga el sol por donde quiera.
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