- Pero ellos no lo saben.
- ¿No saben el qué?
- Nuestro secreto.
- ¿Y cuál es nuestro secreto?
- A veces me desesperas.
- Lo sé. ¿Pero cuál es?
- Ahora no quiero decírtelo.
- Sabía que te picarías.
- No, yo no me he picado.
- Sí, claro que te has picado. Siempre te picas.
- Pues no.
- No pasa nada. Me gusta cuando te picas.
- ¿Ah sí?
- Si. Se te pone una cara muy graciosa y me dan ganas de cogerte los mofletes.
- Ah, pues muy bien.
- No tienes remedio.
- Ni tú tampoco.
- Lo sé. Pero es genial.
- Si tú lo dices.
- Sí, lo digo yo. Es la puta polla.
- Eres muy raro.
- No más que tú.
- Pero eso ya se sabía.
- Si, es verdad, eso ya se sabía.
Se miraron en silencio un rato. Luego ella bajó la cabeza y se quedó un rato mirándose los pies. Él seguía mirándola.
- Prefieres que no lo sepan ¿a que sí?
- No es eso.. pero me gusta que sea así, me gusta que sea algo entre los dos. ¿Seguirás guardando el secreto?
- Sí.
- Bien.
- A veces siento que te da miedo.
- ¿Que me da miedo el qué?
- Que lo sepan los demás.
- No, ya te he dicho que no es eso..
- Pues no lo entiendo.
-¿Por qué no?
- Porque a mí me daría igual. Me daría igual que lo supiera el mundo entero o el jodido universo infinito. Eso no cambiaría nada entre tú y yo. Eso no cambiaría esto.
- Eso no lo sabes.
- Sí, sí lo sé. Ese es el problema. Que yo sí lo sé. Pero parece que tú no lo tienes tan claro.
Se empezó a alejar despacio, como si esperara que ella fuera detrás.
- ¿Que no tengo claro el qué?
- Lo que hay entre nosotros.
-¿Y qué coño es lo que hay entre nosotros?
Se quedó callado. La miró a los ojos. Tragó saliva, miró al horizonte y se empezó a encender un cigarro.
- Si no lo sabes ya, no hace falta que responda.
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