Friday, December 7, 2012

7 de Diciembre.

Ni siquiera te acuerdas de mi nombre. Ni de mi cara cuando me ves. No sabes quién soy. Aún peor, no sabes quien eres. La memoria te falló para siempre. Y ya no te puedes encontrar. Nunca te vas a encontrar. ¿Dónde queda ese hombre gruñón que contaba historias que te hacían quedarte callada y mirarle como si no hubiera nadie más sobre la faz de la tierra? ¿Esas historias fascinantes de una niñez y una juventud durísimas pero que supiste siempre hacer que parecieran mejores de lo que fueron? ¿La fuerza que emanabas de cada poro, dónde se quedó? Ya no la encuentro. Y ese hombre al que tanto admiraba se ha quedado guardado en mi memoria. En la tuya ya no queda casi nada. Quizá un poco de ella, de la de siempre, de la que lleva contigo más de cincuenta años. Espero que al menos la tengas a ella. Espero que al menos esos pocos recuerdos que te quedan sean felices. Los más felices de todo. Espero que lo que se haya salvado sea lo bueno. Y que todo lo malo se haya ido para no volver nunca. Mirarte a la cara duele, porque tu mirada no está llena de ti. No estás en tus ojos. ¿Dónde estás? Ya no te tengo. Te perdí el día que tú te perdiste. Maldita enfermedad. Cuanto la odio.

Y hoy, 7 de diciembre, día en que naciste, necesito escribir lo grande que fuiste para mi, lo mucho que te quise, lo mucho que te admiré. Y que aunque a veces me dabas miedo porque chillabas mogollón, cuando me mirabas con esa cara de: que nieta tan genial tengo, me hacías sonreír. Y yo era feliz. Y que ahora, cada vez que te veo, no sirve de nada lo que te diga, porque ni siquiera puedes entenderlo. Pero estoy orgullosa de ti, de toda tu vida, de todo lo que fuiste, y de ser sangre de tu sangre.

Y te quiero.

No comments:

Post a Comment