Sunday, December 9, 2012

La crudeza de una guerra.



Una guerra llevada a cabo en nombre de una ideología que poco a poco está destrozando al ser humano. Una guerra que acabó con miles y miles de vidas inocentes, que nada tenían que ver con las ambiciones políticas de un país que se había vuelto completamente majara. Una guerra en la que miles de civiles sufrieron las crueles consecuencias de las armas químicas, las consecuencias del maldito napalm, que abrasaba sin piedad a niños y a todo lo que se pusiera por delante.

Cualquier acción que pueda acabar con la sonrisa de un niño jamás debería llevarse a cabo. Cualquier sufrimiento infringido a un niño debería ser castigado. Y me da igual que sea la guerra definitiva entre las potencias del mundo, y me da igual que sea una guerra por asegurar (eso es lo que dicen, la razón siempre suele ser otra) la democracia en un país ajeno, y me da igual que la intención de la guerra sea la mejor intención que una guerra pueda tener. Los niños jamás deberían presenciar escenas así. Jamás deberían conocer ese horror, ese terror, ese dolor. Jamás deberían ser sometidos a crueldades y torturas de ese calibre. Y por supuesto, ningún niño debería morir jamás bajo ningún concepto en ninguna absurda guerra.

Por ellos, por todos los que sufren, por todos lo que lloran, por todos los que dejan de ser niños demasiado pronto. Por los que mataron. Por los que pegaron y maltrataron. Por los que mutilaron. Por todos a los que les robaron sus sonrisas para sustituirlas por muecas de dolor.

Por todos ellos. Porque el mañana les traiga algo muchísimo mejor. Porque sus sonrisas vuelvan a encenderse, y porque nunca más se repitan situaciones así. 

Ojalá que el universo pueda hacer que algún día todo sea diferente.

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