Iba andando como a trompicones,
como si en la vuelta de la esquina
esperara encontrarse con algún fantasma
y no quisiera llegar pisando demasiado fuerte.
Y cuando llegaba
y veía que allí sólo había gente,
respiraba aliviada.
Y es que era
como si en cada rostro,
en cada mirada,
en cada gesto,
de cualquier
desconocido
estuviera él.
El mundo se convirtió
en un lugar lleno de fantasmas
que llevaban su nombre.
Y sí,
se lo encontraba en cada esquina.
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