Tuesday, November 20, 2012

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Odio el metro. Con todas mis fuerzas. Odio estar a no sé cuantos metros bajo tierra. Siento que me falta el aire. Miro a mi alrededor, y veo esos túneles, y esas paredes... y se me hace un nudo en el estómago. No puedo evitar pensar: ¿y si se cae todo esto? Nos aplastaría, obviamente. Y la verdad, esa idea no me mola. Y no es que no confíe en los ingenieros. Que sé que hacen unos puentes gigantes, y unas carreteras imposibles y todas esas cosas. Pero quién sabe, a veces las cosas hacen pum. Y vas andando por la estación, rodeada de peña, y claro te agobias. Y es que esa es otra. El metro está siempre lleno de gente. Entras en el vagón y no te puedes sentar. Y casi no hay sitio ni para que te agarres. Y luego el metro para, y ya es tu parada, y tienes que salir, y claro la gente no se mueve. Y joder, un día te va a pillar la puerta, por que la gente es lenta que te cagas. Y cuando consigues salir, todo el mundo va con prisas, y todos te rozan, y no puedes casi andar, y es un agobio porque quieres salir cuanto antes de ese agujero. Y empiezas a pensar otra vez que estás bajo tierra, y que no hay aire, y que si pasa lo que sea os quedáis atrapados, y me asfixio. Y me subo a las escaleras mecánicas, y sólo quiero salir. Y cuando salgo a la calle, pienso, joder, con lo bien que se está aquí fuera, ¿porqué coño tenemos que ir por abajo? Y luego pienso, que por lo menos son sólo dos líneas, y que hay pocas paradas, y que bueno que mi claustrofobia a veces aguanta. Y que me digan lo que quieran, pero yo sigo pensando que esas estructuras gigantescas no son fiables, y que un día se irá todo a la mierda, y entonces yo tendré razón.

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