La miraba y se le nublaban los ojos. Nunca cupo tanto dolor en una mirada. Cuando miraba cómo andaba por la calle, cómo sonreía cuando el viento le acariciaba el pelo, cómo bailaba porque sí, porque le apetecía, cómo lo decía todo sin necesidad de hablar. Cómo existía. Porque ella existía de una manera diferente, más cruel y más intensa que todas las demás. Existía doliendo, siendo tan nítida que hacia que el mundo se desvaneciera a su paso. Era tan real que parecía haber existido siempre, y sin embargo cada nuevo día se llenaba de un nuevo matiz, cambiando, mutando, transformándose. En todo lo que ella no podía tocar pero ansiaba. En todo lo que ella no podía tener pero soñaba. Y es que cuando la miraba, se le nublaba la mirada y le temblaba el corazón, se le desprendía el alma y se le caía la vida a los pies. Sólo de pensar en ella a las 20:00 de la tarde en cualquiera de esas calles sentía que podía morirse. Y moría. Moría por ella, en ella. En cada letra de su nombre. En cada molécula de su cuerpo. En cada carcajada que le regalaba al viento. Moría en ella, y ella sin saberlo. Siempre sin saberlo.
¿Pero cómo decírselo? Que estaba enamorada de ella, con las manos sudorosas y las rodillas al borde del precipicio. Con las putas mariposas dejándola sin entrañas, sin nada a lo que agarrarse. El nudo en la garganta se quedó a vivir en ella, porque ya no había forma de soltarlo. Y la vida parecía estar siempre a punto de suicidarse. Desde que ella. Desde que ella llegó para revolverlo todo, para cambiar la dirección del viento, para hacer del norte el sur, para volverla loca. Para marcar con fuego cada huella que daba en el asfalto, siempre en dirección prohibida, saltándose los semáforos. Y es que no había carmín en el mundo para disimular su dolor, ni gafas de sol que pudieran eclipsar el huracán de sus ojos. Desde el primer átomo hasta el último, y sin parar a respirar..
.. la amaba con todo.
Como si el mundo la hubiera creado sólo para que ella pudiera mirarla.
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