No
tiene ningún puto sentido.
No
tengo.
Sentido.
Ninguno.
Sin
direcciones marcadas,
tropiezo
en cada piedra.
En la
misma de siempre.
Me la
conozco bien.
Y aún
así sigo sin ser capaz
de
esquivarla.
Cada
caída es un nuevo comienzo,
y cuando sale el sol la vida en blanco y negro.
A
cámara lenta
esos
recuerdos
en los
que sales tú
intentando
hacerme reír entre
las
lágrimas.
Todavía
duele.
La
ausencia pesa
como el
plomo
y entre
mis manos
ceniza.
¿Dónde
estás?
El
horizonte queda tan lejos
que ni
siquiera hago el amago
de
intentar tocarlo.
Te
pregunté si querías bailar conmigo
Y me
dijiste que no.
Bailé
sola en medio de la calle.
Estaba
llena de gente pero no me importó.
Y así
tropecientas
veces.
Quizá
era verdad
Que no
podíamos ser.
Que no
íbamos a ser.
Que no
pudimos tanto.
Y mi
vida es un largometraje en color sepia
con ese
leitmotiv sonando
suave
y conmigo dando vueltas.
Al
menos aprendí
a seguir bailando sola.
A no
parar aunque no tuviera
otro
par de pies
acompañando
a los míos.
Bailé
con la vida
Y me
pisó los pies.
Sí.
Pero
seguí bailando.
Mi
pista de baile es el mundo,
y mi
pareja de baile
la musa
eterna
que
duerme conmigo en mi colchón.
Estoy
bien,
no te
preocupes.
Estoy
bailando.
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