Tuesday, July 24, 2012

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Y ella se quedo mirando esos ojos que ya no decían nada. ¿Porque qué quedaba por decir?

Él no quería mirarla, o más bien no podía. Sabía que ella daría media vuelta y ya no volvería más, pero no tenía palabras, y no las tendría. Solo podía quedarse allí, plantado en medio del camino como un idiota, con la boca entreabierta, respirando agitado, sabiendo con certeza que, de no decir nada con algo de sentido, aquel sería el final, el final definitivo. Ese pensamiento le bloqueaba las extremidades, no podía moverse, y sus cuerdas vocales no podían emitir sonido alguno. Las lágrimas de ella dolían en lo más profundo. Y esa carita llena de dolor le mataba más cada segundo. Pero no podía. Pero no podría.

Ella empezó a alejarse, paso a paso, sin mirar atrás, sin volverse, sin sucumbir al amor que aún sentía por él, y que sabía seguiría sintiendo. Pero su orgullo esta vez no la dejó rendirse, su dignidad y su amor propio dirigían cada paso lejos de él, lejos de aquella pesadilla.

Él, viéndola marchar, cayó de rodillas al suelo, llorando como nunca antes había llorado, pero sin ruido, sin sonido, sin quejido. Se quedó allí, tal cual, con las manos en la tierra, mirando como la mujer que más había querido y herido se alejaba lentamente de su vida y de su alma.

Desapareció por la esquina del callejón.

El viento empezó a soplar y, antes de que borrara las huellas de las botas que iba dejando aquel soldado marchito mientras abandonaba aquel rincón del mundo para siempre, dejó dos palabras grabadas en el aire, dos palabras y nada más.

Ella jamás las oiría, y él jamás las volvería a pronunciar.

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