Se dio la vuelta y se fue, andando lentamente por la orilla de
ese mar de sueños rotos y promesas sin cumplir. Se dio la vuelta y se
fue, sin volver a mirar esos ojitos marrones una última vez. Se dio la
vuelta y se fue, su alma no podía con el peso. Se dio la vuelta y se
fue, encadenada de por vida a aquel absurdo beso.
No habló, no dijo nada, no gritó, no rompió nada, no pegó, no arañó, no desgarró. Solo se fue.
Se fue, rota por dentro en mil pedazos manchados de pretextos y
carmín de otro color. Se fue, llorando sangre, llorando amor por la
esquinita de su ojo derecho. Se fue, sin nada que perder, porque lo perdió
todo aquella tarde en esa habitación. Se fue, porque el mundo ya no
giraba para ella.
Se paró el reloj, se pararon los segundos, se congeló el momento. Se pararon las agujas cuando abrió la puerta.
Jamás contaría que pasó, como todo se esfumó en un instante. Jamás hablaría ya de él, se olvidó de los colores se su nombre.
Se fue, caminando sin parar, hasta el último confín, el último
lugar. Se plantó a vivir en un rincón, con una preocupación indiferente,
sin nadie más, sin más, sin gente. Ahora, solo su perro la vigila cuando duerme. Ahora, solo su perro la protege cuando llueve.
No le queda café, y se vuelve a dormir. Y en sus sueños aparece.
Siempre aparece.
No comments:
Post a Comment