Thursday, July 19, 2012

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La primera vez que estuve en Soria y bajamos a orillas del Duero sentí algo increíble. No solo el paisaje era sobrecogedor, una naturaleza explosiva que hacía que te sintieras más vivo. Había algo más escondido entre aquellos chopos. Al otro lado del río, la ermita de San Saturio emergía inponente, encaramada en las rocas, vigilando y protegiendo toda la orilla. Paseando cruzamos el río, y de repente allí estaba. Grabado en la roca, un fragmento del poema Campos de Soria de Machado. ¿Y porqué allí? Porque por allí paseaba, por esa orilla del Duero, debajo de esos chopos de los que habla en su poema. Por allí paseaba el grandísimo Machado, mientras los versos se iban formando en su interior, con la ayuda del viento que acariciaba los árboles. Que lugar tan mágnifico para encontrar inspiración, que lugar tan especial para palpar la libertad.

Al fallecer su esposa Leonor, devorado por la pena y la soledad, Machado abandonó Soria. Pero allí dejó su huella más profunda. Y toda la ciudad tiene su firma. Puedes encontrártelo en cualquier rincón, y volver con él a aquellos tiempos más sencillos. La genialidad de sus líneas no tiene parangón, y esa orilla del Duero, ese rincón mágico, guardará siempre en el viento el pasear y el escribir de Antonio.

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