Sunday, January 13, 2013

Mañana de domingo. Veo nieve por la ventana, en ese monte que supera los tejados, mientras escribo recostada en la cama. El flexo de la mesa está encendido, alumbrando papeles que no están siendo leídos. Me pesan los párpados. Y siento un malestar bastante general, creo que me he acatarrado. No me gusta esta habitación. Paso frío. Y la cama es estrecha, y extraña, y no se siente familiar. Que más da, no me voy a quejar, todavía me quedan muchos días que pasar en esta habitación alquilada. Sólo soy una inquilina. No es soledad, es lejanía. Es que este cuarto no es refugio. Este cuarto no es amigo. Este cuarto no es el mío. Y no me gusta como suena la ventana cuando el viento sopla fuerte. Ni el frío que se cuela por las rendijas. Creo que son demasiadas. Y no me gusta como huele. No huele a mi casa. Me gusta como huele mi casa. Y esta casa no huele bien. Pero no me quejo. Esto es lo que hay. Y cuando no hay más, hay que aprender a conformarse. La inspiración aquí no viene igual. Será porque no tengo mi mesa. O porque la cama es demasiado pequeña. Puede que aquí no quiera venir. Y por eso se queda fuera. Dando vueltas en esta ciudad tan gris. Nací aquí, ¿lo sabías? Vivía en un barrio pobre, rodeada de gitanos que hacían ruido y gente que se drogaba debajo de nuestro balcón. Yo no me acuerdo, sólo tenía tres años. Era un piso muy pequeño, sin apenas luz. Es lo que me han contado. Y lo que he visto en las fotos. Pero de alguna manera añoraba esta ciudad. Aquí di mis primeros pasos, pronuncié mis primeras palabras, aquí jugué, y reí, y dormí las primeras siestas. Aquí probé los mejores macarrones del mundo. Los de la guardería. Creo que jamás los olvidaré. Sí, aquí hice esas cosas que hacen los niños. Y en las fotos parezco realmente feliz. Fue aquí donde conocí a mi hermano. Donde jugamos juntos por primera vez. Y sentía que necesitaba volver. Al fin y al cabo, esta es mi ciudad ¿no? Pero nunca fue como lo hubiera imaginado. Y ya no me gusta tanto. Los colores rojo y blanco los llevo en el corazón. Igual que mi aitite los llevaba. Y nunca me olvidaré de esas bilbainadas. Pero aunque sea parte de mi, y le tenga un especial cariño, yo no soy de esta ciudad. Este no es mi sitio. No pertenezco. Y lo siento en cada paso en que me cuesta respirar. En cada mirada al gris de esas paredes. En esos viajes subterráneos en los que me empiezo a marear. No, yo no pertenezco.

Pertenezco a mi calle. Al número veintiséis. A ese patio en el que jugué tantos y tantos partidos. A mi campa. A ese camino que lleva a ese monte en el que tantas veces anduve. A esa hierba, a esas flores. A ese olor a tierra mojada cuando llueve. A ese pueblo que nadie sabe donde está. Ese pueblo que decía que no me gustaba. Era mentira. Es el mejor sitio del mundo. O casi. Y las huertas que había antes donde ahora está el polideportivo, el pequeño riachuelo de detrás de esa casa, el parking, el parque las villas, el huevo, Fátima, croko, la terraza, Zubitxo... todos esos rincones guardan momentos que jamás podré olvidar. Ellas. Ellos. Todos nosotros. Nuestra infancia. Nuestra adolescencia. Viviendo cada segundo. Siendo totalmente libres.

No puedo pertenecer a otro lugar, más que a ese pueblo, más que a esa gente.

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