Recuerdo que no le gustaba que le hablaran mientras comía. Ya podías estar contándole el bombazo del siglo, que no te iba a escuchar. Estaba en su mundo. Y si le tocabas, corrías el riesgo de ganarte una ostia. Era así. Consideraba que cuando comes no puedes hablar. Y supongo que tiene razón. Sólo que yo no puedo estar sin hablar. Ni siquiera cuando como.
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