Y el otro día, después de subir a casa del bar, a eso de la una calculo, me hice un zumo de naranja. Cuando estoy en el bar, no suelo tomar nada. Porque no bebo alcohol. Y a veces compro un botellín de agua, pero otras veces no. Y los refrescos me sientan mal. Y los zumos, bueno, nunca son lo mismo, ya se sabe. Y entonces a veces me paso horas y horas sin beber nada. Y cuando bailo y sudo eso suele ser un problema porque al final el cuerpo ya se sabe, tiene sed. Pero ese día estuve hablando con la colega, sentada. Agusto. Y bueno, subí a casa. Y me apetecía mucho un zumo. Y entonces me puse a hacerme un zumo, procurando no despertar a nadie. Y cuando me lo bebí, fue como la ostia ¿no? Pero la ostia en plan: bua que de puta madre. Y ahora pensando en ese momento, me he dado cuenta de una cosa. A pesar de que en las listas de bodas nunca han sido bien vistos, y a pesar de que mucha gente ni siquiera se de cuenta de que están ahí, porque se pierden entre cacharros y parecen insignificantes, colega, los exprimidores son muy valiosos. Sino, a ver que haría yo, a esas horas de la noche, con unas ganas de zumo de la ostia, y apachurrando naranjas con la mano, sin conseguir ni una gota de zumo. Hay inventos que joder, de verdad, me hacen creer en el ser humano.
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